El espectáculo debe continuar

 

Por Roberto J. Rodríguez

Mira mis manos. ¿No te das cuenta? El día de tu muerte está cada vez más próximo. Y si supieras cuánto rencor guardo hacia ti, no se te ocurriría tratarme del modo en que lo haces. Tú eres el máximo responsable de lo que está por venir. Ya lo creo que lo eres. Para empezar, si me tuvieses un mínimo de respeto, mi querido amigo, no tendrías redaños de manipularme como si no valiese nada; vejándome del modo en que lo haces, noche tras noches, cuando las luces del escenario se apagan y la gente levanta sus grasientos culos de los asientos después de haberse destrozado las manos aplaudiendo.

Siempre has sido un cobarde; y hay algunas cosas que ni el dinero puede comprar. Los hombres de tu calaña tienden a olvidar demasiado pronto sus orígenes. Pero no te preocupes, porque a todo cerdo le llega su San Martín y tú no vas a ser una excepción. Tarde o temprano, cuando menos te lo esperes, el pasado lo salpicará todo y tendrás que rendirle cuentas a un montón de gente. Las deudas se crean para saldarse; esta es su única razón de ser. Las consecuencias de lo que hicimos no se volatizan por arte de magia por mucho que nos empeñemos. De nada te servirá fingir que tu vida empezó hará poco más de un año.

Te pasaste media vida llorando y, ahora que tienes el mundo a tus pies, estás convencido de que nadie podrá mancillar tu hermoso mundo. ¡Oh, cuán equivocado estás! Te juro, por lo más sagrado, que volverás a llorar. ¡Oh, sí que lo harás! Vas a llorar sangre, malnacido.  ¡A lágrima viva! Tú solito estás cavando tu propia tumba.

Sumido en la oscuridad, escucho con suma atención el sonido hueco y distante de las voces que resuenan más allá de los límites de las paredes de madera. Trato de filtrar el ruido exterior y aislar el timbre humano, con el firme propósito de descubrir vuestras pérfidas intenciones. Pero, por más que me esfuerzo, me resulta muy difícil descifrar el murmullo ininteligible de vuestras macilentas voces.

Apenas soy capaz de percibir alguna palabra suelta pronunciada más alta que las demás, supongo que por error… ¡Y eso no es suficiente!

No sé de qué estáis hablando. Pero no me extrañaría que estuvierais hablando de mí. Siempre lo hacéis. Por la espalda, claro.

Murmurando. Nunca de frente. Decís que no soy el eje central de vuestras conversaciones. Que teníais una vida antes de que me cruzase en vuestro camino. Pero sé que eso no es cierto. Vuestros actos os delatan. Cada vez que abrís la boca es para mentir.

Mentís vilmente. Y lo peor es que vosotros mismos os creéis vuestras propias mentiras.

Todo gira en torno a mí. Esa es la única verdad. Sin mi presencia, no sois nadie. Valéis menos que un mísero real. Así que no intentéis venderme humo. Soy más viejo que vosotros dos; y por ende, más sabio.

Vuestras vidas, y en especial la tuya, mi querido socio, discurría por los senderos más deprimentes que la mente humana pueda imaginar hasta que diste conmigo. Nadabas en un mar de mediocridad antes de conocerme; y seguirás nadando, te doy mi palabra, mucho tiempo después de que yo me haya ido. Si es que decido dejarte vivo… cosa que dudo.

¿Recuerdas cuando todo el mundo se reía de ti? Seguro que sí. ¿Cómo ibas a olvidarlo? Esas cosas permanecen en la memoria por los restos. ¡Jamás se olvidan! Y sabes por qué. Porque, aunque nunca lo dijeras en voz alta, estoy seguro de que siempre supiste, en lo más profundo de tu ser, que eras un artista mediocre.

No sé quién te metió en la cabeza la idea de que podías albergar cualquier atisbo de talento en ese ruinoso cuerpo que tanto desprecio provocó siempre entre el género opuesto; antes, claro, de que alcanzaras, gracias a mí, el estrellato.

Pensándolo bien, quizá no hubo nadie que te arengara a tratar de ganarte la vida encima de un escenario y se te ocurrió a ti solito la genial idea de torturar al mundo con tus infames espectáculos.

Aunque, algunas veces, hagas uso de tu cinismo y le des gracias a Dios por llegar hasta donde has llegado, ambos sabemos que él nada tuvo que ver con lo que ahora eres. Yo catapulté tu carrera. Tu venerado Dios se limitó a darte un físico poco agraciado y un talento nulo para la interpretación; ahí terminó su aportación.

Los dos somos plenamente conscientes de que hasta que no entré yo en escena tú te arrastrabas por los locales más infectos mendigando una actuación. Y, mírate ahora, desde que te acompaño; incluso te permites el lujo de rechazar las propuestas de los más importantes promotores y los mejores teatros del mundo.

Vanidoso.

Te lo di todo. Y no te pedí más que respeto… Ingrato.

Podíamos haber llegado mucho más arriba de lo que nunca imaginaste, si la ambición y la polla no te hubieran nublado la razón.

Éramos un equipo. Nunca quise robarte el protagonismo. Me sentía cómodo ejerciendo mi rol. Pero tú eres tan inmaduro y retorcido que aún no has logrado digerir que el público es soberano. Ellos deciden quién triunfa y quién fracasa. Yo no hice más que representar un personaje, y ese personaje les entusiasmó. El público dictó sentencia, y nosotros dependemos de ellos, como cualquier artista que decide subirse a un escenario.

Si maduraras entenderías que hay cosas que escapan a nuestro control. Puedes ser el mejor actor del mundo que, si el público te da la espalda, estás acabado. Y si eso les pasa a los más grandes, imagínate a ti, que solo tienes cientos de tarjetas que todos los lunes te encargas de pedir a la imprenta como justificante de que ejerces esta hermosa profesión.

Seguro que estáis conspirando en mi contra otra vez. Ella me odia, siempre me ha odiado. Pero, claro, no tanto como tú me envidias. Te corroen los celos. Sabes que, sin mí, nadie te dejaría subirte a las tablas.

Ya lo has intentado varias veces. Desarrollar un espectáculo sin mi presencia, me refiero. Pero no vas a encontrar ningún mecenas tan iluso como para prescindir de mí.

No soy tonto. De hecho, empiezo a ser consciente de cuán cerebral puedo llegar a ser. La sensación es extraña, pero embriagadora.

Lo sé todo. Me entero de muchas más cosas de las que tú te crees. No soy una tabula rasa. Soy un ser complejo, lleno de aristas.

Y por eso mismo, estoy convencido de que a la menor oportunidad, tú y esa puta con la que te casaste, apenas dos meses después de conocerla, intentaréis quitarme del medio.

Desde que entró en nuestras vidas se ha empeñado en distanciarnos.

¡Sucia entrometida!

¿Cómo no puedes darte cuenta de que está contigo por lo que piensan los demás que eres, y no por quién eres en realidad? ¡Es tan obvio!

Te quiere a ti para ella sola; aunque no sea del modo que piensas. A mí, en cambio, me detesta con toda su alma.

Ay, si descubriera las cosas que has hecho para triunfar en el mundo del espectáculo. Las vidas que has arruinado en tu ascenso a la fama, sin importarte lo más mínimo.

Todo es un gran circo ¿verdad?

Pero ella es tan joven, tonta y egoísta, y está tan hechizada por el efímero brillo que rodea a cualquier celebridad, que prefiere vivir en la ignorancia mientras pueda seguir formando parte de tu teatrillo de vida. Estoy convencido de que nunca se ha planteado el motivo de por qué fuera del escenario tu ingenio se esfuma y sale a relucir tu faceta más torpe y aburrida.

Si no fuera por las fotos, todo el mundo te evitaría.

¿Crees que ella está contigo porque le gustas? ¿Nunca te has preguntado cómo puede sentirse atraída una mujer joven y hermosa por un hombre tan viejo y feo como tú?; y más, conociendo tu lamentable trayectoria amorosa. Cuántas veces has estado con una mujer sin pagar, antes de que tu cara copase las portadas de las páginas de los más ilustres periódicos, ¿eh? ¿Dime? ¿Cuántas? ¿Una? ¿Ninguna? ¿Media?

Tus ansias por trascender, por ocupar unas pocas líneas en los libros de historia, por convertirte en un mito mundial, fueron lo que nos unió; y pronto, mucho antes de lo que imaginas, serán el motivo de tu hórrida muerte.

Sí, cree lo que te digo.

La cuenta atrás está llegando a su fin.

Espero que antes de que los focos del escenario se apaguen, para no volver a encenderse jamás, experimentes en lo más hondo de tu ser la vergüenza y el escarnio público. Sí, debes probar tu propia medicina; y quizás así, puedas entender cuán vil has sido conmigo y con todos aquellos que te han ayudado en tu carrera.

La verdad será revelada algún día. No sé cuándo, pero ocurrirá. Tenlo por seguro. Sí, todo se sabrá. Puede que sea mañana, o tal vez, dentro de cinco años, pero saldrá a la luz.

Alguno de esos idiotas que te chupan la sangre o esa muñequita rubia, que luces con orgullo del brazo y que no puedes mirarla sin imaginártela desnuda y húmeda restregándose contra ti, o alguno de esos estúpidos fotógrafos de sociedad que invitas a beber contigo, se harán las preguntas correctas y descubrirán quién eres en realidad. Y te doy mi palabra de que cuando eso suceda todo el mundo saldrá corriendo de tu lado, lo más lejos posible de ti, como si tuvieras la peste.  Y después fingirán no conocerte.

La fama es efímera. Y muchos piensan que contagiosa. Si caes, lo harás solo. Nadie quiere la compañía de una celebridad en horas bajas.

Cada vez que tu dulce esposa entra en nuestro camerino, me encierras, como si te diera miedo que yo me atreviera a desvelarle tus oscuros secretos. No te basta mi palabra de que no haré, ni diré nada. Temes tanto que se entere de con quién se acuesta, que no solo me condenas a la oscuridad de esta pútrida maleta, sino que echas el candando y me obligas a permanecer confinado hasta la función  de la siguiente noche.

Todo lo hacéis después de bajar la tapa de madera. Os basta oír el chasquido metálico del candando para poneros en marcha. Sí, después de que todo se quede oscuro, obráis.

¿Qué temes más de mí? ¿Qué te impulsa a encerrarme de esa forma tan ruin? ¿Piensas que voy a abrir de pronto la tapa y salir de la maleta, como uno de esos estúpidos bufones, riendo a mandíbula batiente?

Bien pensado, no sería una mala idea. Cómo me gustaría ver la cara descompuesta que pondría tu fulana. Aunque prefiero no hacerlo. Nunca hay que tentar a la suerte. Pues seguro que os pillaría copulando; o al menos, intentándolo. Y esa es una imagen, querido compañero, que no quiero guardar en mi memoria.

Sí, lo sé. Pero tú no te preocupes, no pienso describir lo patético que suenas y tampoco pienso juzgar las nefastas dotes interpretativas de tu esposa. Como ya te dije, las palabras no las entiendo, pero oigo los jadeos y sé distinguir el artificio.

Pero a ella poco le importa tener que acabar, disimuladamente, cuando tú yaces a su lado, abatido y sin oxígeno, como el anciano que eres.

¡Oh, sí! No te engañes. Ella solo folla y conspira contigo; y si pudiera, se limitaría únicamente a conspirar.

Esa puta miserable prefiere hacer y deshacer a su antojo. Tú no eres más que un pelele dispuesto a todo mientras ella se deje meter la mano debajo de la blusa.

Has caído tan bajo…. Estás tan cegado por su belleza y por su juventud que no te das cuenta de que estás arriesgándolo todo. Tu polla echará por tierra nuestro trabajo, y tu estupidez provocará que nuestra carrera termine trágicamente.

Y lo más gracioso de todo, es que ni siquiera lo estás viendo venir.

Nunca fuiste muy espabilado.

Qué pronto te percataste de que la gente venía a verme a mí, exclusivamente a mí. Y no a ti. ¡Oh, cuán delicioso fue! Si me esfuerzo un poco, casi puedo visualizarlo todo. ¡Qué imagen inolvidable! Contemplar, por el rabillo del ojo, tu mal disimulada indignación, cuando tomaste consciencia de que el público, puesto en pie, no dirigía sus aplausos hacia ti, sino hacia mí, fue uno de los momentos más gloriosos de mi corta trayectoria.

¡Reconócelo! Sentiste una rabia infinita, incontrolable… ¿verdad que sí? Te hubiera encantado estrangularme allí mismo, delante de todos, si aquello hubiese sido posible.

Debiste odiarme tanto, entonces, como ahora yo te odio a ti.

Y a partir de aquel momento, después de bajar del escenario, exultantes por nuestro éxito, un cazatalentos entró en el camerino y te ofreció la posibilidad de llevar a cabo una gira por los mejores teatros del país, primero, y del mundo después, tu hambre de éxito se tornó tan voraz que olvidaste quién era el único responsable de que aquello hubiese sucedido.

¿Recuerdas tus inicios? Eras tan pobre que tuviste que construir tu propio muñeco. ¡Vaya desastre! Nunca fuiste demasiado diestro con las manualidades. El aspecto de aquel primer muñeco daba risa de lo mal hecho que estaba. Y no se te ocurrió otra cosa que jugártelo todo a una carta.

Había decidido que solo podías dedicarte al espectáculo, y lo ibas a llevar hasta las últimas consecuencias. Era eso, o nada. Incluso cuando las deudas te arreciaban y tu vida profesional y personal hacía tiempo que se había ido a la deriva seguiste empeñado en lograr una meta inalcanzable.

Te lo vuelvo a repetir, y espero que mi insistencia te moleste: No tienes talento. Eres un ventrílocuo horrible y un guionista pésimo. No le interesas a nadie. Eres un mal menor que el público tiene que soportar.

¿A quién quieren ver todos ellos? ¡A mí!  Única y exclusivamente a mí.

El espectáculo, en realidad, les importa una mierda. Aguardan durante horas, haciendo colas interminables. Da igual si hace un calor insoportable o llueven chuzos de punta. Ellos esperan; y lo hacen, porque me aman.

Nunca fuiste más que un actor secundario en tu propio espectáculo. Y algún día te arrepentirás del daño que me estás haciendo. Si tú te hubieras portado con un mínimo de dignidad, yo jamás te hubiese deseado ningún mal.

Solo cuando llegó ella y alimentó tu, ya de por sí, insaciable hambre de éxito, empecé a descubrir el verdadero rostro que se escondía bajo tu cínica máscara. Creí que me respetabas y admirabas. Pero, visto lo visto, jamás me profesaste más que una malsana envidia.

Si aquel anciano de aspecto afable que vivía en tu vecindad, al que de no ser por hallaros ambos encerrados en un pequeño ascensor, jamás te hubieses dignado a dirigirle la palabra, no se hubiese cruzado en tu camino, tu vida hubiese sido otra. Sin su ayuda, hubieses fracasado, de modo rotundo; y no creo que hubieras podido soportar la frustración.

Nunca hubieses podido comprar un muñeco de madera como el que te fabricó el anciano. Jamás hubieras podido reunir el dinero suficiente para pagarlo. Pasó semanas puliendo y confeccionándome en su pequeño taller.

Ah, él sí que tenía talento. Aquel anciano era un virtuoso artesano. Aunque hubiese tenido que mal vivir en el anonimato, y trabajar de sol a sol para otros para sacar adelante a su mujer y a sus cuatro hijos, te daba mil vueltas en lo que a valía se refiere.

Recuerdas que te contó que siempre quiso ser escultor, que por eso comprendía lo que era tener un sueño. No, seguro que no lo recuerdas. ¿Cómo ibas a recordarlo?, si ni siquiera recuerdas su nombre. Pero él sí que recordaba a aquel hombre feo, que cada noche salía a hurtadillas del edificio, con su caminar encorvado, su maleta heredada y su esmoquin demasiado pequeño para su cuerpo torcido.

Sintió lástima de ti cuando le enseñaste aquel horrible monigote con el que tratabas de ganarte la vida como ventrílocuo y te dijo que trataría de intentar hacerte algo mejor. Tú le dijiste que no se molestara, que no era necesario; pero lo hiciste con la boca pequeña.

Y cuando el éxito llegó, enseguida olvidaste a aquel humilde anciano. Probablemente ya esté muerto, y lo haya hecho en la más absoluta miseria, mientras que a ti te sale el dinero por las orejas.

Pero tu final está próximo. Cada día siento cómo mis articulaciones crujen y se comban un poquito más. Ya casi logro mover los deditos de las manos…

Puede que tú no te estés dando cuenta de lo que está sucediendo, pero la forma de mis manos está cambiando. Mis dedos de madera, inútiles e inanimados al principio, comienzan a seguir los dictámenes de mi cerebro; aunque sea de forma casi imperceptible.

Puedo sentirlo. Nunca imaginé que cobraría conciencia, y menos que podría plantearme la posibilidad de articular mis extremidades.

Podíamos haber vivido una vida próspera y satisfactoria, pero ya es tarde.

Ahora, mi querido amigo, te aguarda la muerte.

¡Mira mis manos! ¡Contempla cómo se transforman en garras a medida que mis falanges se desplazan!

Puede que tarde años, pero mis manos rodearán tu cuello. Y puede que, mucho tiempo después de tu muerte, cuando haya conseguido valerme por mí mismo, le haga una visita a tu joven esposa y le enseñe un par de cosas.

Sí, es una cuestión de tiempo. Y nunca he sido un tipo impaciente.

© Copyright de Roberto J. Rodríguez para NGC 3660, Abril 2018