Luis entró en su casa tambaleándose. Se dirigió a la cocina y se derrumbó sobre una silla. Su respiración parecía el motor de un vetusto camión subiendo un empinado puerto. Los estertores que emitía simulaban el rugido de cien leones, y las sibilancias que surgían de la garganta una orquesta de flautas y pitos interpretando una sinfonía de música dodecafónica. Y lo peor de lo todo: se ahogaba, se asfixiaba; no podía más.
Llevaba muchos años con aquellos síntomas. La contaminación en las ciudades ya era un problema crónico y enquistado en el pasado siglo XX. Y él, suponía que, por causas genéticas, era especialmente sensible a la misma. Pero hace poco más de un año se había terminado de erigir un descomunal y tóxico «parque» industrial, al ladito de su barrio. Y aquello había sido la puntilla para su delicado pulmón.
Pasado un rato, tras menguar algo la disnea, tomó una decisión. «Lo voy a hacer. No tengo más remedio. Tendré que ajustarme el cinturón en los próximos meses para pagarlo. Pero ya no puedo más».
Dos días después, Luis se disponía a entrar en un establecimiento del centro de la ciudad. Tras leer el anuncio del escaparate, satisfecho, accedió al interior, mientras pensaba: «menos mal que ya han encontrado un remedio para la contaminación».
«Clínica Tecno-Salus
Diga adiós a la disnea.
Transformamos su metabolismo en anaerobio.
Nunca más necesitará el oxígeno».
© Copyright de Ricardo Manzanaro para NGC 3660, Diciembre 2017