Por Magnus Dagon
Aún me pregunto qué me obligó a presentarme a un experimento de lejanos viajes en el tiempo. Serás un héroe, viajarás al fin de los tiempos, me dijeron.
Otros antes que yo desaparecieron para no volver. Ahora sé por qué. El Creador llegó a este páramo al usar su propio invento, se volvió loco y se autoproclamó dueño de un imperio de cenizas. Y su mente superior sometió y aprisionó, inutilizando nuestros aparatos, a los que llegamos después (técnicamente a la vez, pero eso no importa ahora).
Los que aún estábamos cuerdos llevábamos meses planeando una rebelión, pero había miedo. Se rumoreaba que con sus conocimientos había creado un arma terrible. Le equiparaban con Dios. Pensé que exageraban.
Pero qué estúpido fui.
Porque mi insurrección me ha hecho servir de ejemplo a otros al usar su arma contra mí. Apenas un segundo en el que empecé a arrugarme como fruta podrida.
Y sé que fui un montón de huesos descalcificados.
Y sé que fui una duna de polvo ondulante.
Y obtuve una paz como hacía tiempo que no conocía.
Pero todo acabó, pues me trajo de vuelta. Me robó la única libertad que me quedaba, mi última expresión como ser humano.
Después de eso me suicidé. Varias veces.
Ahora sé que no moriremos. Que estaremos atrapados en este ciclo de creación y destrucción. Pero mi consuelo es que él no es Dios, ni llegará a serlo.
Es curioso, aun así, cuánto se parece el arma del Creador a un tridente.
© Copyright de Magnus Dagon para NGC 3660, Enero 2018