Contagio

 

Por Tony Jim

Íbamos en la lanzadera de Xeni-Guay (mi «companion» por aquel entonces), ella y yo, de regreso de nuestra misión de rescate de la princesa Parsimonia cuando, de repente, empezó a sonar un extraño zumbido en la misma:

—¡Ep!, ¿qué es ese ruido? No hay quién pueda dormir la siesta con tanto escándalo.

—No se queje tanto, Sr. Jim, que es un simple zumbido avisador.

—¿Avisador? ¿Y de qué avisa? —pregunté.

—Mmm, veamos. Déjame mirar los controles de la lanzadera. Mmm, sí, ya veo…

—¿El qué?

—Pues es un aviso de que los sensores de la lanzadera han captado una señal de socorro.

—Ah, está bien —añadí yo.

—Así que vamos a variar nuestro rumbo para ver qué ocurre e investigar la procedencia de dicha señal.

—¿Cómo? ¡No, hombre, no! Que tengo que volver al glorioso Imperio Cardasiano, que hace ya tiempo que no estoy allá, en mi puesto. Y los señores «lagartos» se van a empezar a preocupar.

—Como sabrás, las leyes de navegación marítima indican que hay que atender cualquier señal de socorro que se reciba.

—¿Qué dices?, pero si no estamos en el mar.

—Bueno, ya sabes que toda la parafernalia marítima ha sido adaptada al espacio, supongo que por similitud. Tú que has sido timonel de una nave estelar tendrías que saber estas cosas.

—Navegante, he sido navegante.

—Bueno, pues eso, lo de navegar, viene de navegar por el mar.

—¿No viene de navegar por internet?

—No, eso fue posterior.

—Ah.

—Bueno, no te desvíes del tema; ya te he dicho que tenemos que acatar la ley del mar.

—¿La ley del mar no es esa que dice que quien se lo encuentra se lo queda?

—Algo así, hay una ley de salvamento marítimo, que dice que si te encuentras un tesoro en el mar, en este caso en el espacio profundo, pues tienes derecho a reclamar su propiedad.

—Está bien, esa ley me gusta más. Aunque no sé yo si encontraremos un tesoro, pero por probar…

—Ah, ¿ahora sí que quieres acatar las leyes marítimas?

—Hombre, por favor, ya sabes que soy un héroe y, por tanto, todo lo que sea atender cualquier petición de socorro, es mi obligación. Por no hablar de cumplir las leyes marítimas esas, claro.

—Ay, no hay quien te entienda.

Y así nos dirigimos hacia el origen de dicha señal de socorro. Ello nos llevó a un planeta, que pudimos ver que era de clase M, con abundante flora y fauna local.

Concretando más el origen de la señal, vimos que provenía de una nave estelar varada en dicho planeta. Así que nos teletransportamos a las inmediaciones de dicha nave. La nave tenía forma oval, como un gran platillo volante estrellado en una zona selvática, medio enterrado y cubierto de abundante vegetación, lo cual parecía indicar que llevaba varios años allá.

—Ajá, parece que es lo que se denomina la sección del puente principal (llamada comúnmente el plato por su forma) de una nave de la Flota Estelar clase Galaxy. Como la antigua Enterprise D, vamos —dije yo.

—Mira, ahora resultará que te ha servido de algo estar tantos años en la Flota Estelar.

—Por aquí encima, en letras grandes debe poner el nombre de la nave y la matrícula, aquello del NCC…

—¡Ah, qué interesante! Claro que desde tan cerca no tenemos la suficiente perspectiva para poder leerlo cómodamente —en ese momento nuestras investigaciones fueron interrumpidas por una voz que dijo:

—¡Eh! ¿Qué hacen ustedes? Aquí no se puede estar.

Nos giramos en dirección al origen de dicha voz y vimos que se trataba de un ser humanoide, alto y esbelto, ataviado con un taparrabos, de piel verdosa, cuatro brazos y con una lanza que sujetaba con dos de sus manos.

—¿Cómo que no se puede estar aquí?, ¿es usted el dueño de esta selva o qué? La selva es de todos —increpé yo al señor de la lanza (puede que eso de ser un héroe galáctico me haya afectado un poco, que se me haya subido a la cabeza un poco, porque no parece muy de sentido común meterse con un tipo altote y armado).

—Este es un lugar sagrado, no se puede estar aquí —insistió el humanoide verdoso.

—Vaya chorrada. Vale que la Federación sea digna de admiración por su labor altruista y humanitaria, pero de ahí a declarar sagrado un lugar donde ha tenido lugar un accidente de una nave de la Federación, me parece un poco exagerado. Ya digo: por mucho que se admire a la Federación, que no es mi caso particular, claro está —dije yo.

—Bueno, bueno, no nos pongamos de mal rollo con este buen señor armado, Sr. Jim, que ya debería usted saber que el lugar de un accidente merece un respeto, y más si ha habido víctimas —dijo Xeni-Guay en un tono apaciguador.

—¡Bah, lo dudo!, las naves de la Federación cuentan con muchos sistemas de seguridad. Así que dudo que haya habido víctimas. En todo caso, en el muy hipotético caso de que las hubiera habido, estas habrían sido atendidas por los médicos de la nave. Ya se sabe que los médicos de la Flota Estelar son muy competentes y a la vista está que aquí ya no queda nadie —dije yo.

—¡Eh, un respeto!, que yo estoy aquí delante; que no están ustedes solos —dijo el señor verdoso de la lanza.

—Vamos, no me haga creer que es de la Federación y que ha salido de esta nave estrellada; usted que va con un taparrabos y una primitiva lanza. Está claro que es algún tipo de aborigen autóctono de estas tierras… —dije.

—Oiga, le he dicho que me tenga un respeto. Qué es eso de aborigen. Pues sí, yo soy descendiente de la gente que iba en esta nave.

—Ves, ya has vuelto a meter la pata, es que no se puede ir contigo a ningún lado. Que siempre la lías —me recriminó Xeni.

—Que no, que no, que no te líe este, que se lo está inventando todo, que no hay ninguna raza de la Federación que sea verdosa y con taparrabos.

—¡Ya está el listo! ¿Y si este señor es de alguna especie no Federada que se ha unido individualmente a la Federación?, como hiciste tú, que siendo geminiano, una especie no federada, entraste a formar parte de la Flota Estelar, ¿eh? —dijo Xeni.

—Bueno, bueno, así sí, claro. Además, el señor dice que es descendiente, así que puede ser que sea el resultado de un proceso de hibridación con una especie autóctona de este planeta; un cruce entre alguien de la Federación que iba en esta nave y un nativo de esta zona, y que ha dado como resultado este híbrido. Este mestizo.

—Oiga, le repito que tenga un poco de respeto. ¿Qué son esas maneras de ir insultando a la gente por ahí: que si aborigen, que si híbrido, que si mestizo? Ya me he cansado de sus tonterías. Venga, les voy a llevar detenidos a los dos ante el capitán, que les castigue como es debido.

—¡Eh!, ¿yo qué he hecho? —dijo Xeni.

—Bueno, usted está claro que es cómplice de este señor racista y mal hablado —dijo el señor verdoso de la lanza.

—¡Ya estamos, ya está liada! —dijo Xeni-Guay.

—Ves, ya te decía yo que no teníamos que desviarnos de nuestra ruta —añadí.

—¡Anda, encima!, pero si lo has liado tú todo, que este señor parece una persona respetable y comprensiva. Más vale que te calles, que si no estuvieran apuntándome con una lanza te iba yo a dar lo tuyo.

Y, así, a punta de lanza, fuimos llevamos a una especie de poblado de chozas, no muy alejado de los restos de la nave de la Federación estrellada. Allá vimos otros seres estilizados y verdosos que dejaron por un momento las tareas que estaban realizando para observarnos con cierta curiosidad.

El buen señor de la lanza nos llevó hasta un chamizo que parecía de mayor tamaño. Al entrar, vimos de frente a otro individuo, también verdoso, aunque algo mayor (de edad), sentado en una especie de trono hecho de cañas. Detrás del mismo, había una bandera algo sucia y roída con el emblema de la Federación: un conjunto de estrellas laureadas en blanco sobre fondo azul.

—Teniente Dann, ¿qué me trae? —dijo el señor verdoso del trono.

—Pues a este par de indeseables y maleducados, mi capitán.

—¿Y eso? ¿Qué han hecho? —preguntó el capitán verdoso desde su trono de cañas.

—Estaban merodeando por el lugar sagrado y, al verme, han empezado a insultarme, blasfemar y a dudar de que yo fuera descendiente de los viajeros de la nave estelar estrellada.

—Ah, estos extranjeros maleducados. Déjame a solas con ellos un momento.

—Pero, señor, pueden ser peligrosos.

—No lo parecen. Se trata solo una bella fémina y un señor muy bajito y regordete.

—Como ordene, señor —dijo el tal Teniente Dann de la lanza mientras salía de la choza.

—Acercaos, maleducados extranjeros viajeros. No quisiera que me oyeran desde fuera —nosotros, algo perplejos a la par que extrañados, así lo hicimos.

Con cierta precaución y avanzando despacio, nos acercamos hasta el trono de cañas donde estaba sentado el tal capitán.

—Siento las molestias que les haya podido causar el Teniente Dann, es un tanto estricto en el cumplimiento de su misión de vigilancia de nuestro lugar sagrado.

—Tranquilo, tranquilo, señor Capitán. Nosotros venimos en son de paz, y al ser extranjeros desconocedores de sus costumbres y lugares sagrados, puede que se hayan malinterpretado nuestras palabras —expliqué con cierto tono reconciliador.

—Eso es, ahora sí que hablas con sentido, no sé si será porque el verte amenazado por el señor de la lanza te ha hecho recapacitar y rectificar. Tiene razón mi acompañante, el señor Jim. Nosotros simplemente habíamos captado una señal de auxilio y solo nos acercamos a su lugar sagrado por si realmente había alguien a quien pudiéramos socorrer.

—Parecen ustedes personas educadas y sensatas y, por lo que parece, efectivamente, vienen en son de paz y no con actitud agresiva.

—Así es, señor Capitán, tiene usted razón. Nada más lejos de nuestra intención causarles algún tipo de molestia y mucho menos de daño alguno —agregué yo.

—Bien, pues todo aclarado —dijo el tal Capitán, acompañando sus palabras con un extraño gesto consistente en estirar enérgicamente hacia abajo con sus dos manos una inexistente camiseta.

—Nos alegramos de que todo esté aclarado. Ahora, si nos perdona, viendo que realmente no hay nadie en peligro y que simplemente se trata de una muy antigua señal que sigue activada por algún descuido, nosotros nos volvemos a nuestra nave para seguir nuestro camino —dijo Xeni-Guay a modo de despedida.

—Un momento, a mí no me ha quedado claro todavía quiénes son ustedes, que parecen descendientes de miembros de la Flota Estelar, pero que, en realidad, no lo son y, por tanto, al autodenominarse descendientes de la Flota, están faltando a la verdad —dije yo.

—Sr. Jim, por favor, no moleste más a este buen señor, que tendrá muchas cosas que hacer.

—¿Cómo? —dijo el Capitán con cierto tono de sorpresa.

—Vamos, no se haga el tonto conmigo, que yo he estado muchos años en la Federación y salta a la vista que ustedes nada tienen que ver con ella.

—Por favor, señor Jim, ¿cómo puede usted pensar eso? Está claro que estas son personas pacíficas y tolerantes, que siguen los ideales de la Federación, que respetan los restos de la nave que los trajo aquí y, al verse atrapados en este planeta, se han adaptado a él de la mejor manera posible.

—No, no, no. Eso solo es en apariencia.

—Pero, a ver, sea un poco sensato, señor Jim. ¿Por qué iban a mentir estas personas pacíficas y tolerantes? ¿Qué le hace pensar que esta gente no vino en aquella nave que hemos visto hace un momento, allá estrellada en la selva?

—¿No te has fijado Xeni que entre estas personas no hay ningún humano?

—¿Y?, ¿eso es un dato importante?

—Claro que sí. No tengo clara la razón, pero en las naves de la Flota Estelar, la mayoría de la tripulación es humana. Tenemos, por ejemplo, el caso de la Enterprise del capitán Kirk, donde el único alienígena era Spock. O más recientemente, la Enterprise D, donde estaba solo Worf como representante de una raza alienígena. Además, tenían un ente no biológico, como es Data, e incluso este tenía apariencia de humano, a pesar de no serlo.

—¿Y el rollo que me has soltado antes del proceso de hibridación y tal?

—Bueno, está claro que aunque hubiera habido tal proceso de mezcla con la población autóctona de la zona, igualmente tendría que haber algún humano, ya que en origen al menos tendrían que ser mayoría. Además, en ese tipo de naves suelen viajar familias enteras, con sus respectivos hijos, hombres, mujeres y viceversa.

—Si tú lo dices…

—Y como he dicho antes, confío mucho en los sistemas de seguridad de las naves de la Flota y eso garantiza la supervivencia de la mayoría de sus tripulantes y familias. En gran parte, seres humanos o al menos de apariencia muy humana, como decía.

—Sabiendo que tú has sido piloto de una nave de la Flota Estelar, yo también confiaría mucho en los sistemas de seguridad de sus naves —añadió Xeni.

—No le den más vueltas, que ya me duele mi verde cabeza. He de confesar, con cierta vergüenza, que el tal señor Jim tiene razón. Nosotros no somos descendientes de nadie de nuestra amada y venerada Flota Estelar.

—¡Ajá!

—¿Cómo?, ¿me está diciendo que resulta que el señor Jim tiene razón? ¡No me lo puedo creer!

—¡Yuju! —dije yo mientras realizaba un extraño bailoteo, como una especie de danza de la alegría llena de saltitos y cabriolas.

—Me parece imposible de creer, ¿cómo es posible? —dijo Xeni.

—Verán, en efecto, una nave de la Flota Estelar tuvo un percance y realizó un aterrizaje de emergencia en este planeta. Evidentemente la mayoría de la tripulación sobrevivió.

Aaaaarrrggghhhhh, y ustedes se los comieron y luego usurparon sus identidades, porque son una tribu de caníbales espaciales usurpadores de identidad —exclamé alarmado y parando en seco la ejecución de mi particular danza de la alegría.

—No diga más tonterías, hombre. No somos una panda de caníbales, ya ve que somos gente pacífica. Si realmente fuéramos caníbales espaciales ya nos los hubiéramos merendado a ustedes dos, ya que usted está bastante rollizo y su bella acompañante está para comérsela.

—¿Entonces, qué ocurrió? —preguntó la mencionada bella acompañante.

—Como iba diciendo, antes de que este energúmeno me interrumpiera, los tripulantes de la nave estelar accidentada estuvieron conviviendo con nosotros cierto tiempo, porque, como digo, somos un pueblo pacífico y nada antropófago.

—¡Ah! —suspiré algo aliviado.

—Dada la proximidad de nuestro poblado con la nave accidentada, como han podido comprobar, tuvimos una cordial relación con la tripulación de la nave, durante el tiempo que pasaron en nuestro selvático planeta esperando a ser rescatados por alguna otra nave de la Flota Estelar. Durante ese tiempo de convivencia, vimos que eran gente muy cordial y amable, con unos nobles ideales de paz intergaláctica y de difusión de los mejores valores de los seres sintientes de la galaxia. Y, así, finalmente, decidimos adoptar tan nobles ideales y revestirnos un poco de la parafernalia que acompañaba a tales nobles personas de la Federación.

—Vamos, hombre, ya será menos. A ustedes les han lavado el cerebro —añadí yo.

—Qué bonita historia —dijo Xeni-Guay.

—Pues vaya, a mí no me parece tan bonita la historia esta. Menudo proceso de aculturación tan bestia. La gente de la Federación acabó con la cultura autóctona de esta pobre gente, saltándose su regla más sagrada, que ellos denominan: Primera directiva, e imponiendo su cultura aparentemente bienintencionada —opiné yo.

—Bueno, supongo que no tuvieron más remedio que saltársela, pues se encontraban en dificultades y nosotros, como pueblo gentil, les prestamos toda la ayuda que pudimos.

—Ves, todo fue bien y ambos grupos se beneficiaron de las virtudes del otro. Aprendieron mutuamente e intercambiaron nobles valores.

—¡Qué intercambio ni qué leches! ¿Es que acaso has visto en la Federación algún elemento típico de esta gente, de este planeta selvático, alguna mínima mención a los hechos narrados? La Federación barrió por completo la cultura propia de esta gente. Que, vete tú a saber, cómo se llamaban; cómo se autodenominaban, cómo vivían antes del contagio con la Federación. No queda nada de ellos, ni de su cultura, ni de nada.

—Vaya, no conocía esta vertiente tuya tan… conservacionista.

—Esta gente está enferma. Han sido contagiados por un virus que se extiende por la galaxia, llamado Federación, que aparentemente dice perseguir y defender nobles ideales, pero que en realidad solo quiere una galaxia homogénea donde primen sus valores, sus ideales y sus intereses, aniquilando cualquier tipo de diferencia o discrepancia con su cultura —dije yo.

—Qué melodramático te has puesto —observó Xeni-Guay.

—Perdona, me dejo llevar por mi temperamento de héroe galáctico —dije a modo de excusa.

—No pasa nada, ya ves que esta gente está bien y son felices con lo que tienen.

—Sí, tienes razón, ya nada se puede hacer por ellos, el mal ya está hecho. No hay cura para el contagio con la Federación —dije con resignación.

—Vaya, vas de la alegría absoluta, con bailecito incluido, a la resignación fatalista, pasando por un pesimismo desolador. Eres peor que Homer Simpson —observó mi acompañante.

—Oye, ¿qué son esas comparaciones? Me ofendes, que puede que me encante comer y tenga una buena panza, pero a mí de momento me queda pelo en la cabeza —aclaré yo.

—Puede, pero Homer no es medio cegato ni lleva gafas —añadió Xeni-Guay.

—Ups, mosquis, tienes razón —reconocí yo.

—Bueno, ha sido un debate muy interesante, pero hablando de comer, se está haciendo ya tarde. ¿Qué les parece si les invitamos a cenar con nosotros esta noche?, para compensarles si les hemos causado algún malestar o intranquilidad —propuso el capitán de la tribu.

—¡Yuju! —respondí.

—Oye, ¿tú no tenías prisa por volver con los cardasianos? —preguntó Xeni.

—Bueno, no podemos hacerle un feo a esta gente tan cordial. Sería una ofensa rechazar su amable invitación.

Y así pues, al cabo de unas cuantas horas, nos pusimos a cenar con aquella gente tan cordial. Estábamos comiendo todos alrededor de una gran fogata, a la luz de las estrellas, sentados en el duro suelo de aquel planeta. La comida, en verdad, estaba bastante decente. Tal vez faltaban unos cuantos ewoks, no para comérselos, claro (aunque alguno pensará que sí, que son para comérselos), sino para que amenizaran la velada con sus cabriolas y su música étnico-tribal.

Estaba yo rumiando en estas cosas (nunca mejor dicho porque estaba masticando la suculenta comida mientras pensaba), cuando noté que alguien daba unos golpecitos en mi hombro, así que me giré y vi con sorpresa que se trataba de…

—¡Ostras!, Sony-B, ¿cómo tú por aquí?

—No, ostras no parece que estéis comiendo, parece más bien carne —respondió Sony-B.

—Bueno, era una expresión de sorpresa. Dime, ¿qué te trae por aquí? —pregunté yo.

—Pues precisamente tú —respondió la vulcana Sony-B.

—No, yo no te he traído a ti. Yo he venido solo. Bueno, solo con ella, con Xeni.

—Ya me entiendes, no te hagas el sueco, digo que he venido a por ti.

—¿A por mí? ¿Y eso por qué?

—Bueno, ya sé que no sueles tener un gran control sobre el tiempo (no el meteorológico, que no eres Tormenta), pero has tenido que darte cuenta de que ya llevas mucho sin estar en el Imperio Cardasiano, trabajando y esas cosas. ¿Recuerdas? ¿Recuerdas que estás a sueldo del glorioso Imperio Cardasiano?

—Sí, sí, claro, claro. Mi amnesia selectiva no es tan aguda para haber olvidado eso, claro. Lo cierto es que no paro de repetírselo a Xeni.

—¿Y bien?

—Bueno, tendré que cenar, ¿no? Todo el mundo tiene derecho a una pausa para la comida, ¿no? Aunque se trabaje para los espartanos cardasianos, ¿no?

—Venga, déjate de rollos, que no puede ser que lleves tantos meses comiendo. Aunque por tu barriga, ya podría ser, pero creo que es humanamente imposible. Habrías reventado ya.

—Bueno, bueno, he estado liado, con temas de mi profesión, ya sabes, rescate de princesas, salvar culturas primitivas y demás. Ya me conoces, haciendo de las mías.

—Eso me temía, que estuvieras haciendo de las tuyas. Pues espabila, que yo sí que tengo que hacer mi trabajo, y a mí me ha contratado tu jefe, el señor Gul Goauld para que te encuentre y te lleve de vuelta al Imperio.

—Ah, y por cierto, ya que lo mencionas, ¿cómo es que me has encontrado? —pregunté yo.

—Bueno, ha sido un poco por casualidad. Por la prensa galáctica me enteré de que habías estado involucrado en el secuestro de una princesa, una tal Parsimonia o algo así.

—Eh, hay que ver qué manipuladora es la prensa. Yo precisamente me encargué de rescatarla de las garras de un enorme lagarto de los pantanos.

—¿Sí?, ¿seguro? —me preguntó Xeni, que estaba comiendo tan tranquilamente a mi lado y hasta el momento no había dicho nada.

—Bueno, ¿y tú me lo preguntas?, pero si estabas conmigo —respondí yo.

—Por eso precisamente, yo no lo recuerdo exactamente así —añadió Xeni-Guay.

—Lo he dicho resumidito, claro, que conste. Esa más o menos es la historia abreviada, pero es así.

—Sí tú lo dices, yo seguro que no estaba. Pero déjame acabar. Entonces, como iba diciendo, por la prensa supe dónde habías estado, en qué planeta exactamente. Así que fui allí y, al llegar, el rey del lugar me dijo que ya habías marchado. Entonces estaba ya de vuelta, cuando he captado una señal de socorro en este planeta, y como mandan las leyes de la navegación galáctica, me he detenido a ver quién necesitaba ayuda.

—Claro, claro, las leyes de navegación galáctica son sagradas —añadí yo.

—Y, entonces, pues he visto una gran hoguera, me he acercado y te he visto comiendo aquí tan pancho, para variar. Y así son las cosas, y así se las hemos contado, que se suele decir.

Esta animada charla fue interrumpida por las siguientes palabras, gritadas en la oscura noche estrellada:

—¡Quieto todo el mundo!

La verdad es que la expresión me sonaba mucho y la voz que la pronunciaba también me era muy familiar. Pero, no obstante, para salir de dudas, me giré en dirección a dicha voz. Viendo que efectivamente se trataba de mis dos pelirrojas favoritas, McPage y Garbancita, a las que conociera en un pequeño planetoide durante una ardua misión de desarticulación de una peligrosa y taimada banda de tratantes de verdes (y no me refiero a tratantes de billetes verdes o tratantes de lechugas y hortalizas varias).

—Sr. Jim, suelte esa pata de pollo inmediatamente o lo desintegro —gritó Garbancita mientras me apuntaba con una pistola de rayos.

—Yo no estaría tan seguro de que sea pollo —respondí.

—Bueno, lo que sea.

—Pero si solo es un trozo de hueso con un poco de carne.

—No sería la primera arma hecha con materiales óseos —aclaró Garbancita.

—Bueno, bueno, visto así. Ya la dejo, que tampoco le quedaba demasiada carne. ¿Pero a qué vienen estos gritos y amenazas?

—¡Chaval, hemos venido a detenerte! —gritó McPage, que también apuntaba con su pistola.

—Vale, vale, de acuerdo, ya no como más, dejaré ya de comer tanto y me pondré a dieta.

—Ya te decía yo que te tenías que moderar, que cada vez te estás pareciendo más a otro Jim, a Jim T. Kirk —añadió Xeni-Guay.

—Eh, eh, señoritas pelirrojas, un momento, que soy yo la que ha venido a detener al señor Jim. Bueno, mi trabajo es llevármelo de vuelta al glorioso Imperio Cardasiano —dijo Sony-B.

—Esto me plantea un dilema, me quedo con la morena vulcana o me voy con las dos preciosas pelirrojas. No sé. ¿Dos mejor que una? ¿Es mejor un trío? —pensé en voz alta yo.

—Hombre, dicho así, no sé qué decirte. Siempre se ha dicho aquello de que tiran más dos pelirrojas, que una vulcana flacucha —opinó Xeni-Guay.

La tal vulcana flacucha parece que no se lo tomó bien del todo y le lanzó una mirada fulminante a mi amiga Xeni. Tras la cual Xeni añadió:

—Dicho con todos mis respetos a tan ancestral y valorada cultura vulcana, por supuesto.

—Y, también, podemos decir aquello de a mí me daban dos. Pero, un momento, no tengo claro por qué han venido hasta aquí las dos bellas pelirrojas. Además, su actitud violenta no me acaba de dar muy buena impresión —dije yo.

—No sé, pero este planeta parecía tan tranquilo y ahora mismo esto es como las Ramblas en hora punta, que no para de pasar gente por aquí —comentó Xeni-Guay.

—Verá Sr. Jim, hemos venido a detenerlo, porque desde nuestro primer encuentro en aquel planetoide, no nos dio usted muy buena espina —dijo Garbancita.

—Así es, investigamos un poco su pasado y sus acciones y vimos que usted no es trigo limpio —añadió McPage.

—Eh, eh, no se fíen ustedes de la prensa. Eh, ni de lo que hayan visto por la tele intergaláctica sobre mí, todo son mentiras e infundios —me defendí yo.

—No, no hemos leído la prensa, lo que hemos leído han sido las ediciones de sus aventuras autobiográficas, las crónicas de sus hazañas o como quiera llamarlas —dijo McPage.

—Ah, entonces me callo. Pero sigo sin entender, por qué quieren apresarme ustedes dos, bellas pelirrojas. No digo que no pueda ser una experiencia interesante, pero, vamos, no acabo de ver el motivo de que vengan a buscarme a mí precisamente —dije yo.

—Como ya les explicamos a ustedes dos, somos unas grandes defensoras de las mujeres y hemos podido comprobar que sus escritos son harto machistas, señor Jim —explicó McPage.

—¿Machistas? Pero si yo amo a las mujeres.

—En sus escritos tiene usted una concepción un tanto arcaica de las relaciones humanas y tiene una postura de milenios pasados. ¡Tío, que estamos ya en el siglo XXIV! —dijo la pelirroja Garbancita.

—¿Cómo? No lo acabo de entender —dije.

—El tío este, aparte de carca y machista, es medio tonto —dijo McPage.

—Tío que eso de ir salvando princesitas ya no se lleva, que eso es de la prehistoria. Es una actitud muy machista, que las mujeres ya se saben defender solas y son independientes, fuertes y autosuficientes.

—No tienes que ir haciéndote el héroe tratando de salvar a pobres mujeres desvalidas. Chaval, que tienes una concepción super arcaica de las mujeres —añadió McPage.

—Esto…, creo que se equivocan, bellas damas.

—A eso mismo nos referimos, ¿qué es ese lenguaje tan antiguo? Sobre todo referido a las mujeres. Eres un misógino de cuidado —insistió McPage.

—Se están confundiendo, bellas señoritas pelirrojas: es todo lo contrario. Yo soy, cómo decirlo, muy partidario de todo ser vivo y, por tanto, de las mujeres también, al estar incluidas dentro de este amplio grupo de todo ser vivo. Y soy un gran héroe galáctico y, por tanto, miro de ayudar a la gente; de realizar grandes hazañas heroicas, sin hacer distinción de raza, ni de clero, ni de géneros, ni de sexos.

—No nos convencerás con tu palabrería, tus hechos te delatan. Recuerda que hemos leído tus aventuras, al menos las publicadas, y los hechos allí narrados demuestran todo lo contrario, y que eres un gran misógino —insistió McPage.

—Vaya, ¿cómo es posible que mis escritos tengan tanta difusión? Tendré que felicitar a mi distribuidora la Gran Nagusa por ello. Aunque ahora mismo me temo que estoy en un tremendo aprieto —dije yo.

En aquel momento de distracción, Sony-B saltó sobre ambas pelirrojas, derribándolas, tras lo cual, se puso a pelear y forcejear valientemente en el suelo con ellas. A mí la verdad es que el hecho me pilló por sorpresa y me quedé un tanto anonadado mirando la pelea. Tras unos segundos, Xeni me sacó del ensimismamiento con estas palabras:

—Vamos, señor Jim, aprovechemos para escapar, ahora que están distraídas peleándose.

—Ay, qué bonito —acerté a decir, sin apartar la vista de la pelea.

—¿Cómo? ¿De qué está hablando ahora? ¿Bonito, el qué?

—Mire, Xeni, se están peleando por mí. ¡Qué bonito! —insistí yo.

—Hombre, no sé qué decirle, Sr. Jim. Piense que una de ellas, la vulcana, quiere llevarle de vuelta al Imperio Cardasiano donde seguro le echaran una buena bronca por ausentarse de su puesto durante tanto tiempo, y las otras dos, le buscaban para castigarle por su machismo, así que no sé qué es peor.

—Ostras, como siempre, tiene usted razón, Xeni. Partamos, pues, pronto, con presteza, que viene a ser lo mismo.

—Eso mismo, venga, espabile y vayamos a mi lanzadera para huir de este planeta y, sobre todo, de su club femenino de fans.

Y así, partimos de aquel planeta contagiado. Huyendo de tres bellas mujeres. ¡Quién me lo iba a decir!

© Copyright de Tony Jim para NGC 3660, Noviembre de 2018