Por Sara Martínez
—¿Me pondrías un tarrito de tiempo? —preguntó la joven con timidez. Era la primera vez que visitaba una tienda de sortilegios de hadas—. Vivo enterrada en obligaciones: el trabajo, los estudios, la casa… No necesito mucho. Tan solo un par de ratitos para ser yo misma.
El hada la observó con interés.
—¿Tiempo…? —inquirió.
—¡Oh! Puedo pagarlo —se apresuró a asegurar la muchacha—. Tengo dinero. Más que suficiente. Me he informado por Internet: sois hadas buenas. Amistosas, honestas y justas. Vuestros precios son altos, pero sois gente honrada, sin trampa ni cartón. Me conformaría con un poquitín. Unas horas… Nada del otro mundo. ¿Crees que podríais concedérmelo? Por favor… Lo necesito muchísimo.
La risa del hada la pilló por sorpresa. Era una risa única, sobrenatural, pero cristalina y pura, como el agua de montaña. Era sincera, transparente, dulcísima. Ni un atisbo de maldad. Tintineó en sus oídos unos pocos instantes antes de desvanecerse.
—Humanos… ¡Qué encantadora inocencia! —dijo por fin con aire soñador—. Tienes razón, niña: soy demasiado benévola. No soy capaz de engañarte. ¡Comprar tiempo! Menudo disparate, pequeña. La magia tiene sus normas. No somos omnipotentes. Existen reglas. El tiempo es el que es. Podría jugártela, la verdad. Podría llenar un frasco de mentiras, embotellar aire y decirte que son minutos, y cobrarte lo que quiera. Podría burlarme de ti, estafarte y abusar de tu confianza. Pero no soy de esa pasta, ya ves. Quizá no sea una feérica al uso.
»Prefiero serte clara: no me es posible responder a tu petición. No se puede traficar con el tiempo, amiga. El tiempo no se compra y se vende. El tiempo se tiene, se aprovecha o se pierde; se amortiza, se usa y se administra. Se exprime al máximo o se escapa entre nuestros dedos. Pero eso es decisión nuestra. Todos lo recibimos al nacer. Cómo utilizarlo está en nuestras manos. Hay quien sabe darle un uso provechoso y sabio, pero es fácil derrocharlo. Ni siquiera es siempre tan sencillo discernir en qué lo debemos invertir. A veces, dormir una siesta es lo más rentable; otras, trabajamos sin motivo. El Padre Tiempo no trae un manual de instrucciones, pero algo se puede hacer: escuchar al mundo. Y, por encima de todo, escucharnos a nosotros mismos.
»¿Mi consejo? No busques magias ni atajos. Emplea tu tiempo bien. Te descubrirás consiguiendo muchas más cosas de las que creerías posible. ¡Corre! ¿Qué haces todavía conmigo? ¿No ves que cada segundo es crucial? Atrapa tu tiempo y vuela, niña. Y no lo dejes caer, ¿de acuerdo? Es valioso.
La chica parpadeó varias veces, presa de un ligero aturdimiento. Le costó un momento reaccionar. «Tiempo desperdiciado», se increpó.
—Va… Vaya. No sé qué decir. Gracias —balbuceó, todavía confusa—. Supongo… que debería irme. No sé…, uh… ¿te debo algo por el servicio?
El hada dejó escapar otra carcajada deliciosa.
—¡Pues claro que no! Esto es cortesía de la casa, bonita. Anda, vete ya. El reloj no espera.
La humana no tardó en abandonar el local, no sin antes depositar unas monedas en el mostrador. Al fin y al cabo, le habían enseñado a ser agradecida. Regresaron a su monedero casi de inmediato, pero no lo notó. Se encontraba demasiado ocupada organizando la agenda de su cabeza.
Aquel día le cundió una barbaridad. Casi no lo podía creer. Es asombroso lo que dan de sí veinticuatro horas cuando alguien se lo propone.
© Copyright de Sara Martínez para NGC 3660, Marzo 2019 [Especial Féminas 2019]