La noche parecía materializarse. Semejaba una sustancia negra que se adhería a todo; incluso parecía pegarse a la burbuja de Uzannur. Tres lunas iluminaban las piedras de la superficie con un resplandor mortecino. Esa noche Uzannur caía sobre el suelo rocoso dentro de una burbuja plástica que el viento transportaba a la deriva. A pesar de que él era el hombre designado por los dioses para destruir al terrible Draken, no podía conducir su burbuja protectora. Estaba librado al azar.
Luego de mecerse por horas, la burbuja se posó con suavidad dentro de una caverna húmeda, plagada de estalactitas y estalagmitas. El plástico se disolvió y Uzannur se dispuso a comenzar la búsqueda. Decidió explorar la caverna.
Gritó, para darse valor:
—¡Voy tras de ti, Draken! ¡Soy tu muerte! —Y blandió su espada.
Entonces el Draken cerró su bocaza, húmeda como una caverna; plagada de dientes agudos como estalactitas y estalagmitas; dientes que se trabaron sólidamente brillando a la luz de las tres lunas…
© Copyright de Néstor Darío Figueiras para NGC 3660, Junio 2017