Por Toni Ávila
Su instinto le advierte de que pronto van a hacerle daño y se revuelve, intentando zafarse de las ataduras. En el fondo, sabe que sus esfuerzos son inútiles y cuando ve acercarse al que presiente que será su verdugo, emite un chillido largo y agudo, y se orina en el suelo de la jaula, aterrorizado.
El carnicero, inconmovible, lo coge por las patas, lo eleva a pulso, y le asesta un golpe en la nuca que lo mata en el acto. Después, le saca un ojo para que se desangre. Una vez despellejado, el cadáver estará toda la noche a la intemperie, colgado de un gancho, para que su carne se oree. Al día siguiente, tras el despiece, las mujeres lo cocinarán.
Fuera, mientras los tres soles se ponen en el horizonte, el hijo del matarife llora. Siempre acaba encariñándose de esos pequeños y adorables humanos. Aunque luego se le pasa. Sobre todo las crías, están tan sabrosas…
© Copyright de Toni Ávila para NGC 3660, Diciembre 2016