El callejón

 

Por Regino García iconocorcheas

Nikolai se secó la sangre de su pálida cara. Tenía la respiración entrecortada y estaba algo aturdido. Miró hacia atrás, pero en el callejón no había ni un alma. La noche era muy fría, y le traía recuerdos largo tiempo olvidados. Llevaba una eternidad sin dormir, y el privilegio de soñar había sido desplazado por las memorias que atesoraba. Las grises calles de París, enjauladas en un largo y duro invierno, le recordaban a su San Petersburgo natal. Había contemplado aquellas mismas calles cubiertas de cadáveres en más de una ocasión, había escuchado las balas silbar a su alrededor, una descarga tras otra, por todos lados con gran estruendo. El olor a pólvora flotaba por toda la ciudad, y los hombres del Rey trataban desesperadamente de ahogar la Revolución mientras los ciudadanos, impávidos, se lanzaban con decisión contra las bayonetas. Nikolai mató a muchos durante aquellos días, sin importar el bando. No era su país, ni era su lucha. Su antigua vida había quedado atrás en una noche como esta, fría y oscura, en San Petersburgo.

En aquel tiempo, Nikolai era sólo un borracho. Había huido muy joven de la granja de su padre, cansado del hambre y las palizas, y había llegado a la capital. Allí pasaba los días recorriendo el empedrado de la ciudad arriba y abajo, pidiendo limosna, bebiendo todo lo que caía en sus manos, y durmiendo donde podía. Así transcurrieron los años, hasta que un día conoció a alguien distinto. Fue en una de las peores tabernas de la ribera del Nevá; sin embargo, aquel hombre vestía con cierta elegancia. Se sentó en su mesa y le invitó a varios vasos de licor, mientras le hablaba con un fuerte acento prusiano sobre los asuntos que le habían traído a San Petersburgo. Sus palabras, cálidas y firmes, se clavaban en el pecho de Nikolai, que no pudo evitar sincerarse ante aquellos penetrantes ojos. Le habló de su infancia en la granja, de su escapada y sus años quemados como un borracho tambaleante, y le pareció que su relato conmovió a su nuevo amigo. El hombre se ofreció a ayudarle, a cambio de que Nikolai le acompañara hasta la residencia donde se alojaba. Nikolai aceptó en seguida, deseoso de complacerle, y con la triunfante sensación de que por fin le empezaba a sonreír la suerte. Más tarde, Nikolai solo recordaría que los dos vagaron por tortuosas callejuelas y que de repente la oscuridad lo envolvió. Despertó de madrugada, tirado entre unas cajas y cubierto de escarcha, pero milagrosamente vivo, y con una extraña sensación. Por primera vez en años, no deseaba embriagarse con licor.

El chillido de una rata cercana interrumpió los pensamientos de Nikolai, y volvió súbitamente a donde estaba. Miró el cadáver de la mujer que yacía en el suelo con un sugerente traje de noche, y agarrándolo de una pierna lo arrastró tras unos cubos de basura. A continuación, buscó en el bolsillo de su chaqueta de cuero y sacó su teléfono móvil. Miró la hora; aún era pronto, aún tardaría en salir el fatídico sol. Nikolai se secó una vez más la sangre que le goteaba de la barbilla, y se dirigió a la salida del callejón al que daba la puerta de servicio de la discoteca. Aún le quedaba tiempo, y podría seducir a otra muchacha lujuriosa, o abordar a un incauto y rezagado paseante, o acabar con las desgracias de algún vagabundo solitario y olvidado. Nikolai sonrió y se relamió mientras doblaba la esquina del callejón entre la niebla. Esta noche volvería a probar la sangre.

© Copyright de Regino García para NGC 3660, Abril 2018