Un buen regalo

 

Por Santiago Eximeno iconocorcheas

—Buenas noches —dijo su madre.

En la oscuridad sintió un beso que buscaba su mejilla; un beso frío, distante, sin vida. Ella esbozó una sonrisa gélida y cerró la puerta. Lágrimas de decepción y de rabia inundaron al niño, que buscó consuelo en la almohada, acurrucado bajo las mantas.

Afuera, en la calle, nevaba. Las calles, mudas, recibían en silencio los débiles copos de nieve que, tras años de ausencia, prometían unas añoradas navidades blancas. El niño oyó las risas y los gritos de los que llegaban tarde al calor del hogar y eran recibidos con abrazos y besos ardientes. Enterrado en su cama, el rostro de su padre asaltó sus pensamientos. Oyó sus gritos, olió su hedor. Sintió náuseas recordando la escena. Su madre en el suelo, las mejillas rojas. El cinturón agitándose en el aire como una serpiente, dispuesto a morder de nuevo la carne. El miedo como catalizador del placer.

Copos de nieve acariciaban el cristal de la ventana. El chico observó ensimismado cómo se deslizaban y caían. En realidad, su mente no pensaba en los copos de nieve, recordaba las palabras que su padre había pronunciado aquella noche.

­—¿Papá Noel? ¡Claro que vendrá! Pero a los niños malos no les trae regalos, amiguito. ¡Y tú has sido malo! ¡Vaya año de mierda que nos has dado, maldito seas!

El niño lloró, un llanto de odio y miedo, y poco a poco se quedó dormido.

Despertó sobresaltado.

Hacía frío, demasiado frío. Se volvió hacia la ventana y vio que estaba abierta. Ahogó un grito y se arrastró hasta la cabecera de la cama, ocultando el rostro entre las rodillas.

Sentado en el alféizar de la ventana, había visto a Papá Noel.

El auténtico.

El de verdad.

Con su raído y polvoriento traje rojo, repleto de manchas y remiendos. Con su enmarañada y sucia barba blanca, por la que correteaban oscuros insectos tan gruesos como un pulgar. Con su deshilachado saco de pordiosero.

—¡Ho, Ho, Ho! —gruñó Papá Noel.

La voz inundó por completo el cuarto. Aquella garganta parecía capaz de provocar un alud con solo un susurro. Papá Noel hablaba con voz profunda, gutural. Aterradora. El niño miró hacia la ventana con expresión horrorizada, pero la pesadilla no se había desvanecido.

—¿Has sido bueno este año, chico? —preguntó Papá Noel.

El chico asintió con un brusco movimiento de cabeza. Había sido bueno. Muy bueno. Este niño es un santo, comentaba a veces su abuela entre las sonrisas condescendientes del resto de los familiares. Aunque quizá faltó a clase un par de días, cuando dos alumnos del curso superior amenazaron con darle una paliza. Quizá se orinó en la cama cinco o seis veces, esperando que su padre entrara en el cuarto a pegarle. Quizá levantó la voz a su madre cuando ella le mostraba el lado más glacial de su corazón. Quizá, algunas noches, en la soledad de su cuarto, deseó en silencio la muerte de sus padres.

—¿Seguro?

El niño asintió de nuevo, sin apartar la vista de aquel inmenso saco de regalos. Algo se agitaba en su interior, algo grande y vivo que pugnaba por salir. Las paredes del saco temblaron, luego volvieron a su posición original. Oyó un grito ahogado, un gemido. Entonces, la boca del saco se abrió. Solo durante un instante, pero tiempo suficiente para que el niño atisbara en su interior.

—¿Síííííí?

Su madre estaba en el interior de aquel saco. Y también su padre. Y la asistente social. Y muchísima más gente que no conocía; que gritaba, que lloraba, que suplicaba. Gente mala. Gente que merecía aquel horroroso destino.

—Yo he sido bueno… —susurró.

—Para los niños buenos yo traigo regalos… Buenos regalos para los niños buenos…

El niño cerró los ojos. Cuando los abrió, Papá Noel se había marchado.

Con el saco.

Procurando hacer el menor ruido posible, el niño caminó hacia la puerta del dormitorio. Oyó voces en el salón.

—¿Mamá?

La puerta se abrió con un chasquido. Las llamas del fuego recién encendido crepitaban en la chimenea. En un sillón cercano, con un periódico entre las manos, estaba su padre. Pero no era él. Su madre hacía punto sentada en la alfombra. Pero no era ella. Ambos exhibían cálidas y reconfortantes sonrisas.

El niño sonrió.

Era un buen regalo.

© Copyright de Santiago Eximeno para NGC 3660, Julio 2018