Todo por la audiencia

 

Por Pedro P. Enguita

Patricio del Valle se despertó envuelto entre las sábanas del triunfo. En sus labios, la sonrisa del éxito. Acababa de hacer historia. Había pulverizado el récord de audiencia y proporcionado a los televidentes una experiencia televisiva nunca vista hasta el momento.

Pero se sentía cansado. Estaba pagando los excesos del día anterior. Había salido del estudio más tarde de lo habitual, a las tres de la madrugada. Volando sobre el adormecido asfalto, había tardado solo media hora en llegar a casa. Pero una vez en su domicilio, poseído por la adrenalina, le había costado conciliar el sueño. Había pasado una eternidad en la cama, buscado en vano la paz a un lado y a otro del colchón. Debía haberse dormido a las cinco. Por eso el cansancio acechaba, cobrándose un duro peaje por sus excesos.

El despertador tampoco ayudaba. Normalmente Patricio se levantaba a las nueve, ventajas de dirigir un night show. Pero mucha gente se había puesto nerviosa con el programa del día anterior así que se había convocado una reunión de urgencia. De ahí que el despertador marcara las siete de la mañana. Los diabólicos dígitos 07:00 se reían de él, brillando con sangre.

Joder, había dormido dos horas. Estaba hecho polvo, pero eso no importaría a las hienas que le esperaban en la reunión, hienas que siempre buscaban sus puntos débiles. Le envidiaban porque era rico, famoso y siempre tenía razón. Patricio tenía que enfrentarse a ellas con todas sus facultades, no medio dormido.

Abrió un cajón de su mesita de noche. Allí, por algún lado, había una bolsita con la solución. Ajá. Satisfecho, miró el blanco contenido, abrió la bolsita y vertió los polvos sobre la mesita. Alegría para su nariz. Con una tarjeta, alineó los polvos. Patricio miró la raya, la nieve mágica que le estaba esperando para conducirle al país de los sueños. Patricio no dudó ni un instante, se agachó y esnifó con la fuerza de la costumbre.

De inmediato sintió que volvía a ser él mismo. Regresó la capacidad de trabajo: horas sin descanso, exigente y meticuloso. Reaparecieron la innovación y la agilidad mental. Era el triunfador, el rey de las audiencias, el amo de títeres. Que vinieran las hienas, si se atrevían. Pero antes de enfrentarse a las hienas tenía cosas que revisar.

Se levantó y activó su implante. Necesitaba saber qué decían de él. En la bulliciosa red unas horas eran una eternidad capaz de encumbrar o derrumbar imperios. Para aquellos que, como Patricio, surfeaban en la cresta de la ola, dormir constituía un lujo, un oscuro periodo de tiempo en el que estaban ciegos y sordos frente a un mundo hostil.

El implante se activó, conectó con la red y envió la señal directamente a su cerebro. Los ojos de Patricio, avalados por millones de años de evolución, no pudieron competir con la insultante superioridad del implante, dotado de ultimísima tecnología y fabricado en Shenzhen, China. El implante bloqueó la señal de los ojos de Patricio y su mente se abrió a la inmensidad de la red. La pantalla de inicio del navegador apareció frente a él, materializada como si realmente estuviera allí.

Tenía 243 mensajes. Cielos. Hizo un repaso a los remitentes: gente del trabajo, familia, amigos, pelotas… Vaya, periodistas que querían hablar con él. Por supuesto, no tenía tiempo para leer todos esos mensajes. Le pediría a Prophet una selección de los más importantes. Algunos días, hasta dejaba que la IA contestara por él. Pero no ese día. Había demasiado en juego.

El termómetro de la red era Shortcut. Constituía el medio perfecto para difundir textos breves. Sin esperas. Sin filtros. Directamente a una audiencia potencial de miles de millones. En cuanto abrió la aplicación, Patricio encontró su nombre brillando en la red. Era trending topic, su tag #patriciodelvalle acumulaba cien millones de etiquetados en las últimas ocho horas. Cien millones. Increíble. Las etiquetas #lacasa y #tele6 alcanzaban cifras similares.

Revisó algunos de esos comentarios. La mayor parte eran meramente descriptivos. Gente en estado de shock, tratando de asimilar lo que acababan de ver en la caja tonta. Algunos —menos— alababan la profesionalidad del equipo de La casa y cómo había reaccionado ante los dramáticos acontecimientos de la noche anterior. Pero una estridente minoría era diferente. Decían que La casa había cruzado la línea roja. Esos enfurecidos opinadores, que pontificaban sobre cosas que no entendían, exigían cabezas. Se ensañaban con Tele 6, pedían la cancelación de La casa y reclamaban el despido fulminante de Patricio.

Esbozó una sonrisa de suficiencia. Mucha gente se esforzaba inútilmente por caerle bien a todo el mundo. Él no era de esos. Gozaba viendo cómo la gente se encendía al hablar de él. Necesitaba que le mencionaran, aunque fuera para mal. Ser el centro de atención constituía la prueba fehaciente de que era especial. No soportaría arrastrarse en la indiferencia, vivir en el gris anonimato, como una persona cualquiera. La mediocridad no estaba hecha para él.

Patricio no se arredró ante todo ese odio volcado sobre él. Era importante cuidar a sus seguidores, pero también a sus haters. Les lanzó varias réplicas mordaces. Al instante, su legión de seguidores, que alcanzaba las cien mil personas, lo leyó, comentó y reenvió. Sus haters no tardaron en lanzar contrarréplicas. Ese era el objetivo de Patricio, mantener la llama viva. Millones de mensajes más con su etiqueta.

Si sus cifras en las redes sociales eran elevadas, su cuenta bancaria no lo era menos. Se lo merecía. La cadena ganaba dinero a espuertas gracias a él. Y más que ganaría tras el bombazo de ayer. Seguro que las acciones habían subido.

Se acarició el mentón, sintiendo la droga de la avaricia por sus venas. Las acciones… Tenía un buen pellizco de ellas. Patricio se puso a revisar el estado de sus activos.

Bueno, no exactamente. Hacía meses que no supervisaba personalmente sus cuentas. Ese era trabajo para Prophet, su IA personal. Cada unidad valía casi cien mil euros pero valía la pena. Sus capacidades eran impresionantes. Hacía de todo: encargar la compra, preparar la comida, organizar la limpieza y filtrar los mensajes. Últimamente Patricio le encargaba tareas más sensibles como las finanzas. En esto Prophet se había revelado todo un maestro. Gracias a las inversiones que la IA hacía en bolsa, Patricio era cien mil euros más rico.

Sonaba impresionante, pero el Prophet de su domicilio palidecía al lado del que manejaba los entresijos de La casa. El del programa era una versión avanzada, capaz de gestionar un entorno mucho más complejo, desde seleccionar a concursantes hasta contraprogramar a la competencia. Y lo hacía maravillosamente bien. Buena parte del éxito de La casa se debía a Prophet. Había sido Patricio quien había tomado la decisión de dejar que una IA llevara las riendas del programa. Había sido su jugada. Y, como siempre, había tenido razón.

Patricio se preguntó qué les deparaba Prophet.

 

Patricio llegó al estudio a media mañana. Aparcó su auto en la zona VIP y se dirigió con aire resuelto a la sala de reuniones. A su alrededor, miradas. Algunas de envidia. Otras de recelo. Lo importante era no dejar indiferente.

Llegó puntual a la sala de reuniones. Patricio sabía que no iba a ser un evento cualquiera. Había mucho en juego. Las espadas estaban en alto. La acertada mano de Patricio había disparado la audiencia de La casa, pero también había expuesto a la cadena a nuevos e imprevisibles riesgos. Varios delegados de la productora habían mostrado su disconformidad sobre cómo Patricio estaba dirigiendo el programa. Decían que había llegado demasiado lejos.

Cuando Patricio entró resultó ser el último en llegar. Analizó la situación. Las hienas habían querido llegar pronto. Le miraban, satisfechas, listas para saltar a su yugular.

Pero Patricio estaba seguro de que —una vez más— iba a salir airoso. Su poder era mucho mayor del que imaginaban esos ingratos. Él era el presentador de La casa, el rostro que al que el público seguía. Tenía derecho a veto en los guiones, en la elección de los concursantes y la contratación de personal. Y, lo mejor de todo: año tras año, cada edición de La casa batía récords de audiencia. Con esa baza a su favor no había poder en el mundo que pudiera contra Patricio del Valle.

Además, a Patricio se le daba bien leer la mente de la gente; para él los demás eran un libro abierto, sin secretos. Es más, un libro con espacios en blanco, donde él podía escribir páginas enteras. Bastaba adoptar una determinada pose, usar un tono adecuado y las palabras concretas para que la gente hiciera lo que él quisiera.

En apenas unos minutos la gran mayoría de los presentes secundaría su punto de vista. Y los que no lo hicieran… Bueno, ya se encargaría de que sufrieran las consecuencias.

Repasó los asistentes.

Por parte de Tele 6 estaban nada menos que el director de la cadena y el representante de relaciones públicas.

El director era un hombre mayor en cuya apariencia los años pesaban menos que las operaciones de cirugía estética. Había salido indemne de numerosos escándalos y hablaba con un acento italiano nada disimulado. Diría que sí a todo, que estudiaría el caso y saldría de allí sin comprometerse a nada.

El representante de relaciones públicas se escondía tras un traje francés que valía seis meses de salario mínimo. Pelo engominado, músculos de gimnasio, su trabajo consistía en salir a comer, a cenar y de copas hasta que todo el mundo estuviera suficientemente alcoholizado para considerarle su amigo. El muy cobarde siempre andaba preocupado por la imagen que daba la cadena, pero en las reuniones nunca se atrevía a disentir de la mayoría.

Había diversas personas del equipo de La casa. El realizador, la jefa de guionistas y la jefa de psicólogos. Eran meros subordinados de Patricio, así que dirían lo que él quisiera. Patricio no toleraba la disidencia. Afortunadamente, el éxito de La casa permitía a Patricio hacer caso omiso a las voces discordantes. Y el creciente poder de Prophet remataba cualquier conato de resistencia: nadie se atrevía a alzar la voz porque todos se sabían prescindibles; temían perder su empleo, sustituidos por una máquina.

Contaban con dos abogados de Durán, el carísimo bufete que protegía los intereses de la cadena. Un hombre y una mujer, aunque podían haber sido dos estatuas de bronce. Rígidos como el código penal. Grises, carentes de vida, salvo por los labios russian red de ella. Tenían como norma no abrir la boca a menos que el asunto entrara en el terreno de lo estrictamente legal. Eran los encargados de dilucidar si lo acaecido la noche anterior podía acarrear a Tele 6 problemas con la ley. Lo demás les daba igual. No solían tener prisa por terminar las reuniones: el bufete cobraba por horas.

Nadie en aquella sala podía meter a Patricio en apuros. Bueno, casi nadie. Había una sola excepción a aquella regla. Alguien más se había colado en aquel altar del libre mercado. Una persona que tenía otros principios, profundamente arraigados en su ser como las hondas arrugas que surcaban su envejecido rostro. Ariadna Montoya. Directora del pomposamente autoproclamado Instituto de Defensa del Espectador.

Para Patricio, el Instituto de Defensa del Espectador no era más que un engendro lleno de burócratas entrometidos. Gente que se tomaba la licencia de creer que debían proteger a los espectadores de sí mismos. Estúpido paternalismo, como si los televidentes no escogieran libremente los programas que querían ver. Pero, por mucho que Patricio despreciara el Instituto, reconocía que eran poderosos. Y peligrosos. Sus sermones causaban terremotos en las cadenas.

Ariadna era la única persona que no podían controlar, la única cuyos ingresos no dependían de Patricio, de la productora o de Tele 6. Pero, por encima de todo, Ariadna le tenía inquina al programa. Llevaba tiempo al acecho, en busca de los puntos débiles de su presa. Tras lo acaecido ayer, había olido la sangre y se preparaba para asestar su golpe. Su rostro avinagrado se preparaba para la guerra.

Patricio no soportaba a Ariadna. Comparada con la quirúrgica belleza de las estrellas de televisión, Ariadna era una pasa arrugada. Su aspecto, con el pelo encanecido, algunos kilos de más y un ojo entrecerrado, le resultaba repulsivo. Patricio no soportaba quienes no cuidaban su aspecto. Si ellos no se respetaban a sí mismos ¿por qué iba él a respetarlos?

Y, casi se le olvidó, un último representado. Un invitado que siempre estaba allí, pero al que casi nadie prestaba atención, porque no era una persona sino una cosa. Prophet, la IA que dirigía La casa, extendía sus tentáculos allí. La webcam, con su luz azul siempre presente, lo estaba viendo todo. Y podía intervenir si se requería.

Esas eran las cartas sobre la mesa. Tras evaluar a sus aliados y rivales, Patricio decidió que había llegado el momento de presentar batalla. Y, como siempre, iría al ataque. No era de los que se escondía a la defensiva.

—Señoras y señores, ayer fue un día histórico. La casa batió su récord de audiencia, con un 32% de share y casi seis millones de espectadores. Esta mañana La casa y Tele 6 son trending topic mundial —declaró Patricio, trayendo la buena nueva con los brazos extendidos.

—Se te olvida decir que en tu —recalcó— programa hubo una violación. Seis millones de espectadores lo vieron en directo.

Ariadna. Siempre directa. Siempre disparando a la línea de flotación. La muy puta. Cómo la odiaba Patricio.

—Ningún miembro del equipo de La casa ha cometido crimen alguno. Nosotros también somos víctimas de tan execrable acto y los primeros interesados en que se investigue y se encarcele al responsable. Fuimos los primeros en condenar la violación y denunciarla a las autoridades y hemos puesto a su entera disposición todo el material del que disponemos. Gracias a las cámaras y al excelente equipo de realizadores de Tele 6 se pudo grabar el crimen en toda su extensión y desde todos los ángulos posibles. Hemos hecho un servicio a la sociedad —se atrevió Patricio exhibiendo su sonrisa dentífrica.

—¿Será eso lo que le dirás a Lutxi? —espetó Ariadna. Con las manos apoyadas encima de la mesa, parecía un animal a punto de saltar sobre Patricio.

—Lutxi tiene todo nuestro apoyo. Un equipo de La casa la acompañó a la comisaría de policía y al hospital y en todo momento ha permanecido atendida por los psicólogos del programa. Su participación en el concurso ha quedado suspendida hasta que ella decida regresar. En el hipotético caso de que no quiera volver, estamos estudiando cómo compensarla económicamente.

—A eso se le llama soborno —contraatacó Ariadna al momento—. Le vais a pagar para que calle la boca. Dime, ¿cuánto le daréis para que cuente su dramática experiencia en Corazón Rosa?

—Lutxi es libre de ir al programa que quiera y de aceptar (o no) los contratos que se le ofrezcan. Incluso a una comunista como tú le debe parecer bien que una mujer se gane la vida como quiera —espetó Patricio, perdiendo por primera vez los nervios.

Ariadna respiró hondo antes de contestar. Le dolía que a ella, que llevaba años militando en el movimiento feminista, le acusaran de coartar la libertad de las mujeres. Pero no tenía intención de caer en la provocación de Patricio. Tenía temas más interesantes que exponer. El Instituto de Defensa del Espectador llevaba meses investigando los entresijos de La casa, tirando de los hilos y había llegado a una inquietante hipótesis. Hipótesis que el programa de la noche anterior parecía confirmar.

De resultar ciertas, más valía que La casa se cancelara de inmediato.

—Así, según tú, no tenéis ninguna responsabilidad —apuntó Ariadna.

—Ya te he dicho que somos parte perjudicada. Te recuerdo que no fuimos nosotros quienes cometimos la violación sino uno de los concursantes, Miguel. Es a él a quien se deben pedir responsabilidades. Como puedes ver, hemos pedido asesoramiento a nuestro equipo jurídico —dijo, señalando a los abogados— para que estudie medidas legales contra Miguel.

—¿A ese tal Miguel no lo seleccionasteis vosotros? —ironizó Ariadna. Sus palabras fueron inocentes, el tono no.

—Nuestro proceso de selección tiene en cuenta los parámetros más exigentes —recitó Patricio, creyéndose sus propias mentiras—. Si seleccionamos a Miguel es porque nada nos alertó durante el proceso de selección. Miguel pasó las pruebas psicológicas y no tenía antecedentes penales.

—¿Qué sabíais de su estancia en Rumanía?

Patricio empezó a temer que la cosa se le escapaba de las manos.

—¿Rumanía? —acertó a decir.

—Miguel vivió dos años en Rumanía ¿lo sabíais? He consultado a la Interpol y adivina qué he encontrado —se jactó, repartiendo unas hojas por la mesa—. Miguel fue acusado de maltrato por su pareja rumana, aunque al final esta retiró la denuncia.

Patricio leyó la información que remitía la Interpol. Hablaba de moretones, de una mujer que acudía a comisaría con la ropa desgarrada y sangre en la nariz. Las negras letras del informe manchaban la impoluta fachada que Patricio presentaba al mundo. ¿Cómo podía habérseles pasado por alto algo así?

Se hizo el silencio en la sala. Patricio había querido capitalizar el éxito del programa para él solo. Ahora, cuando las cosas se torcían, todos esos jefes que engordaban gracias a él, todos esos empleados que vivían atemorizados bajo su tiranía, le daban la espalda.

—No… No teníamos ni idea —balbuceó Patricio—. Durante el proceso de selección de los concursantes nos aseguramos de que no tengan antecedentes policiales.

—Es evidente que algo falló —presionó Ariadna.

—Irene —interpeló Patricio, desesperado, a la jefa de psicólogos—. ¿Teníamos información de que Miguel podía ser peligroso?

—Nunca vimos nada que nos hiciera sospechar —comenzó Irene, humedeciéndose los labios, nerviosa—. En España estaba limpio y, respecto a su estancia en Rumanía, apenas sabíamos nada.

—¿No pedisteis informes a las autoridades rumanas? —insistió Ariadna.

—A decir verdad, ni siquiera sabíamos que vivió allí dos años. Creíamos que fue a hacer turismo. Nos mintió, esa es la verdad —dijo Irene avergonzada.

—Y no hicisteis vuestro trabajo, que era velar por la integridad de todos los concursantes del vuestro programa —acusó Ariadna.

—Por supuesto, cambiaremos nuestros protocolos para corregirlo —declamó Patricio, alzando la voz para que todos vieran que mantenía las riendas.

—Eso es lo que me preocupa, cuáles son vuestros protocolos —hizo una pausa para preparar su golpe final—. Quiero saber cómo está configurado vuestro Prophet.

El giro de acontecimientos cogió a todo el mundo por sorpresa. ¿Qué tenía que ver Prophet en todo eso?

—¿Quieres saber la configuración de nuestro Prophet? —repitió Patricio, desconcertado.

—Vuestro Prophet gestiona buena parte de lo que sucede en La casa, incluyendo la selección de los concursantes. Hay que determinar qué responsabilidad tiene en lo que ha sucedido.

—¿Responsabilidad? ¡Prophet es una máquina! —estalló Patricio, señalando la lucecita azul.

—No es «solo» una máquina, es una IA. Es capaz de analizar la realidad y tomar decisiones o dar consejos pero siempre según las instrucciones que le dais. Me gustaría saber qué instrucciones le habéis dado —insistió, terca, con las manos en tensión.

Miradas incómodas. La configuración de las IAs era uno de los mayores secretos de todas las grandes corporaciones. Prophet era solo una de las muchas IAs que había en el mercado. Una especialmente avanzada, es cierto, pero no dejaba de ser una IA más. Lo que marcaba la diferencia entre IAs era qué instrucciones les daban los humanos. Por muy inteligentes que pudieran ser, las máquinas seguían siendo perros al servicio de sus dueños.

Las compañías no ponían reparos en decir cuál era su IA pero se reservaban con celo su configuración. Para Tele 6 y La casa, desvelar la configuración de su Prophet suponía desnudarse ante la competencia.

Afortunadamente, tenían la excusa perfecta para no hacerlo.

—La ley orgánica 4/2033 especifica que la configuración de las IAs está amparada por la confidencialidad y solo existe obligación de facilitarla si se presenta una orden  judicial —intervino uno de los abogados con una voz carente de alma.

—O sea, que no me la quieren dar —adivinó Ariadna llena de veneno.

—Ariadna, en todo momento le hemos pedido a la IA que vele por la integridad de los concursantes —aseguró Patricio, más sosegado.

—Tal vez sea cierto y no tengáis nada que ocultar —convino Ariadna, sin perder su mirada felina—. Lo comprobaremos en cuanto consiga esa orden judicial y pueda ver cómo es vuestra IA.

***

 

Ariadna no consiguió esa orden judicial. El juez consideró que las explicaciones de Tele 6 eran suficientes y no vio motivos suficientes para molestar una honrada multinacional.

Ariadna porfió, protestó y tocó todos los resortes posibles. Ella, orgullosa directora del Instituto de Defensa del Espectador, vio cómo las puertas se le cerraban y los correos electrónicos no recibían respuesta.

Sus esfuerzos no sirvieron de nada. En el gobierno prefirieron obviar el espinoso asunto. Ariadna adivinaba cuál era la razón detrás de la miopía del ejecutivo: la sombra del cuarto poder era alargada. La enemistad de Tele 6 era algo que el ejecutivo no podía permitirse: faltaba un año para las elecciones y los informativos de Tele 6 los veían millones de votantes.

Así pues, Ariadna comprobó consternada cómo La casa seguía la senda del éxito. Sus índices de audiencia crecieron y crecieron hasta alcanzar cifras insultantes. Dos meses más tarde tenían diez millones de televidentes. Y seguían sumando. En las tertulias, los cafés y las redes sociales no se hablaba de otra cosa. No saber lo que sucedía en La casa suponía una condena al ostracismo social.

Y Patricio… Ariadna tuvo que soportar cómo ese impresentable se embriagaba de popularidad. El rey de las ondas. El centro de todas las miradas. Siempre inflamando el ánimo de la muchedumbre. Podías amarlo u odiarlo.

Un día, cuando Patricio se mofó de una chica anoréxica, Ariadna decidió que ya no aguantaba más. Ver cómo los tags #patriciodelvalle y #lacasa rompían un nuevo récord era demasiado para el sensible estómago de Ariadna. Tenía que encontrar la fórmula que le permitiera acabar con todos esos abusos.

Afortunadamente, aunque jueces y gobierno le hubieran dado la espalda, Ariadna aún contaba con una última baza: la IA del propio Instituto. Como Directora del mismo, tenía privilegios de acceso a la misma. Podía conversar con ella cuando quisiera y utilizar el 10% de su capacidad de computación sin tener que dar explicaciones a nadie.

Casualidades de la vida, la IA del Instituto era un Prophet, al igual que la de La casa.

Prophet —invocó Ariadna.

—¿Sí, Ariadna? —respondió la máquina, la luz azul parpadeando en la cámara.

—He vuelto a pensar sobre La casa. ¿Hay alguna forma de parar lo que están haciendo?

—No es la primera vez que me lo preguntas… —recordó la máquina, pensativa— Hemos recurrido a la justicia y tratado de influir a los políticos y nada de eso ha funcionado. Pero… He pensado en ello y puede que exista una solución —dijo, prudente.

—Suéltalo —le incitó Ariadna, rejuvenecida veinte años.

—Necesitamos enfocar el problema de forma diferente. Lo que queremos es la configuración de su IA, no que nadie nos dé permiso para obtenerla.

—¿No estarás sugiriendo algo ilegal? —se preocupó Ariadna.

—Sabes perfectamente que mi configuración me impide llevar a cabo actos ilegales —rebatió Prophet, sinceramente ofendido—. Lo que tengo en mente es perfectamente legal.

—Explícate.

—Podría tratar de obtener la configuración de su IA mediante ingeniería inversa —dijo el Prophet, travieso, con un punto de orgullo.

—¿Es eso posible?

—Para ser honesto, no lo sabré a ciencia cierta hasta que no lo intente. Tampoco sé hasta qué punto las conclusiones van a ser precisas ni si un juez va a aceptarlo como prueba  —se sinceró la IA.

—¿Cuánto tardarás? —se interesó Ariadna.

—Aproximadamente cuatro meses usando solo el 10% de mi capacidad de computación. Podría acortar este periodo usando más recursos, pero para ello tendrías que pedir permiso al consejo del Instituto, lo que eleva la probabilidad de que existan fugas de información que alerten a La casa. En cambio, tu 10% está a tu entera disposición y nos asegura discreción absoluta.

—Lo que significa que los pillaremos con los pantalones bajados —dijo, excitada.

—Si encontramos algo embarazoso no van a tener tiempo para prepararse, sí —confirmó la IA.

—Empieza inmediatamente.

 

Prophet pecó de modestia. Tardó, en efecto, cuatro meses en obtener la configuración de su rival de La casa mediante ingeniería inversa. Pero sus resultados fueron más precisos de lo previsto: nada de incoherencias, zonas difusas o datos de difícil interpretación.

La programación de la IA de La casa apuntaba en una dirección muy concreta. Y muy peligrosa.

INSTRUCCIÓN 1: Elevar el índice de audiencia. Esta instrucción tiene prioridad sobre todas las demás.

—¿Sobre todas las demás? —preguntó Ariadna.

—Sobre todas las demás —corroboró Prophet.

—Dios mío —susurró Ariadna, cubriéndose la cara con las manos.

 

Aquella misma noche, el padre de Lutxi iba a La casa.

 

***

 

Patricio del Valle disfrutaba del éxito de La casa. El programa, inteligentemente dirigido por el hermético Prophet, encarrilaba ya los doce millones de espectadores por noche. Extractos de La casa se emitían en el extranjero, incluso en países que no compartían la misma franja horaria y que ni siquiera hablaban el mismo idioma. En total, sumando todos los países, La casa pasaba de veinte millones de televidentes.

Y lo mejor era que Prophet aseguraba que, en dos meses, la cifra rebasaría los cincuenta millones.

Patricio era el amo de títeres que manejaba todos los hilos de La casa. Los directivos de la cadena no cuestionaban sus decisiones. Una palabra suya bastaba para encumbrar o defenestrar a alguien. Era el blanco de todas las miradas, aquel al que todos amaban u odiaban. La audiencia rugía con cada una de sus apariciones.

Aunque no todo el mundo aceptaba su reinado. Una nueva llamada perdida de Ariadna, iban cinco aquella tarde. Qué pesada. También había dejado un mensaje. Por curiosidad, lo leyó: «Tienes que desconectar el Prophet inmediatamente», decía. Patricio no pensaba hacerlo, claro que no. Qué iba a saber esa vieja amargada.

Ni Ariadna ni nadie iban a frustrarle aquella noche. Aquella emisión de La casa era especial. Bueno, cada programa tenía su particularidad: nominaciones, expulsiones, debates, rifirrafes… Pero aquel día no era uno de tantos. Por fin, Antonio, el padre de Lutxi, la muchacha violada unos meses antes, concedía una entrevista.

Antonio no respondía al arquetipo de familiar de los concursantes. De entrada, se opuso a que Lutxi participara en el concurso. No quiso que ni su hija ni él mismo quedaran expuestos al escrutinio público. Antonio, miembro de los cuerpos de seguridad del Estado, apreciaba la intimidad y se sentía seguro en la discreta camaradería del cuartel. Así, mientras el resto de los familiares hacían cola para aparecer en el programa, tener sus minutos de gloria frente a los focos, enternecer a los espectadores con tiernas palabras sobre sus retoños y protagonizar enconadas polémicas con familiares de otros concursantes, Antonio se recluyó en su pequeño apartamento. Ni una sola entrevista, ni una sola declaración en público. Los espectadores solo vieron al enigmático Antonio cuando su hija hablaba con él.

Al principio a Patricio le extrañó que Prophet seleccionara a Lutxi y su extraña familia. Le había parecido que no darían juego. Pero, como siempre, los hechos dieron la razón a Prophet. Los espectadores aprendieron a apreciar las diluidas apariciones de Antonio. El carácter reservado del policía hizo crecer el morbo. Muy a su pesar, se convirtió en una estrella. Incluso cuando no aparecía en pantalla, siempre hablaban de él.

La presión de los medios hizo mella en Antonio. Días tras día una jauría de periodistas lo perseguía por la calle, inmune a las negativas de Antonio a hablar. Cuando violaron a su hija, Antonio siguió sin aparecer ante las cámaras pero las televisiones se agolparon frente a su apartamento, a la espera de que se dignara a pisar la calle. Aquello fue demasiado para él y cogió una baja por depresión.

Millones de personas a las que nadie había invitado siguieron la desgracia en directo. Las idas y venidas de Antonio al supermercado y su huidiza mirada se convirtieron en asunto de interés nacional.

El acoso de los medios encontró solo un enemigo, la feroz resistencia de los compañeros de trabajo de Antonio, policías como él. Hubo escenas de tensión y manos que se interpusieron entre Antonio y las cámaras. El cerco solo cedió cuando, un día, los periodistas fueron objeto de un acto de preciso vandalismo. Todos los vehículos de las cadenas de televisión aparecieron con sus ruedas rajadas. Misteriosamente, los vándalos solo atacaron los coches de las televisiones. El milagro, además, ocurrió a escasos metros de la comisaría donde trabajaba Antonio pero nadie había visto nada, fíjate tú.

Por supuesto, Tele 6 aprovechó los hechos. Sus tertulianos llenaron las ondas con comentarios cargados con billetes. Plañeron en directo, sin haber abierto nunca el código penal pero ahítos de alcohol y cocaína. Se llenaron la boca en defensa de la libertad de expresión. Gracias a ellos, Tele 6, que pretendía ser la principal perjudicada de todo el asunto, incrementó aún más su audiencia.

Exactamente lo predicho por Prophet.

Patricio saboreaba su triunfo. Finalmente Antonio se había doblegado a su voluntad y había concedido una entrevista. Hablaría sobre su oposición a que su hija concursara, sobre la violación que había estado en boca de todo el mundo, sobre su baja por depresión y sobre si había incitado los ataques a la prensa libre.

Medio país esperaba con ansia la entrevista. Prophet había pronosticado trece millones de espectadores. Sumando las conexiones desde el extranjero, treinta millones.

—¡Esta noche en La casa entrevistamos a Antonio, padre de Lutxi, una de las finalistas de esta edición!

Luces, música estridente. El público enfervoreció con la llegada del invitado. Este caminó con tranquilidad entre todo ese derroche de focos y sonido y saludó a Patricio con un protocolario apretón de manos. Acto seguido ambos se sentaron en un gran sofá ubicado en el centro del plató.

—Bienvenido a La casa, Antonio.

—Gracias —concedió con sequedad.

—Eres el último familiar de un concursante en venir al plató. ¿Por qué esa reticencia?

—No me gusta el exhibicionismo. Como policía prefiero que la gente no me reconozca cuando paseo por la calle.

—Pero al final has accedido —apuntó Patricio para dejar claro quién había vencido allí.

—Bueno… Quiero apoyar a mi hija —dudó Antonio, sus grandes manos se estrecharon, torpes, ante las cámaras—. Para ella es importante ganar este concurso.

—¿Por qué no lo habías hecho hasta ahora, no apoyabas que Lutxi participara en el concurso?

—No. No me gustó que mi hija se inscribiera en el programa. Iba a ingresar en la facultad de veterinaria, ¿sabe?

—¿Por eso no apoyó el sueño de su hija? —disparó Patricio.

Antonio calló. Estaba acostumbrado a tratar con delincuentes y no le temblaba el pulso al hacerlo. Cuando patrullaba, cuando estaba en la comisaría, no le vacilaba nadie.

Aquí, sin embargo, Antonio estaba fuera de su salsa. Y frente a las cámaras. Debía contenerse.

—No me pareció adecuado que participara en La casa. ¿Qué futuro le espera a Lutxi cuando acabe esta edición del programa? Os olvidaréis de ella, como a todos los juguetes rotos que habéis dejado en la estacada cuando ya no os daban dinero —contraatacó Antonio.

—Así pues, no le parece bien que Lutxi tome sus propias decisiones —tergiversó Patricio—. Yo, en cambio, creo que Lutxi es una persona inteligente y goza de libertad para elegir lo que más le convenga. ¿No le parece así al respetable público?

La plebe rugió, mostrándose de acuerdo con el amo de títeres.

Antonio bajó la cabeza, apretando la mandíbula con furia. Si no hubiera cámaras le iba a ajustar las cuentas a ese petimetre.

Patricio, al ver que el padre de Lutxi no entraba en la polémica, decidió dar paso a un vídeo que tenían preparado. Había que mantener entretenido al público.

—Hemos preparado un vídeo sobre la estancia de Lutxi en La casa. Lo veremos y luego seguiremos con esta interesante entrevista a su padre. ¡Dentro vídeo!

Patricio ya había visionado el vídeo. Incluso había corregido algunos puntos, para que se notara quién era el jefe. Sabía lo que estaban a punto de emitir.

Imágenes emotivas. Lutxi entrando en la casa; su cara brillaba, llena de ilusión. Una de las escasas oportunidades de llamar a casa y hablar con esa familia a la que no veía desde hacía meses, lágrimas que las cámaras mostraban oportunamente. Risas alimentadas con cerveza. Susurros al oído de Miguel, un edredón que se movía bajo los focos de la cámara nocturna… Y la violación, claro. Esa era la parte que el público, morboso, esperaba con más ansia.

Las ondas servían las imágenes a millones de hogares. Todo bonito, todo preparado para que no tuvieran que masticar.

Simultáneamente, una gran pantalla en el plató emitía ese mismo vídeo.

Solo que el vídeo emitido no era el previsto. Lo que aparecía por pantalla no pertenecía a la vivienda en la que se desarrollaba el concurso sino que se trataba de reunión de trabajo del equipo de La casa. Patricio y la jefa del equipo de psicólogos, para ser más preciso.

—Respecto a Lutxi, no estimamos adecuado que concurse —afirmó la jefa de psicólogos revisando las anotaciones.

Prophet la recomienda encarecidamente —rebatió Patricio, con un movimiento tajante con el brazo.

—Está muy apegada a su familia, en especial a su padre. Pero su padre no está de acuerdo con que concurse. Esto puede producir una fuerte tensión emocional en la chica que…

—¿Y qué? —explotó Patricio, harto de tanta sensiblería— ¿Qué es lo que va a pasar, que se echará a llorar porque echa de menos a su papaíto? Mejor para nosotros, sus lágrimas nos darán más audiencia.

Al público se le escapó el alma por su boca abierta. El mito había caído. Patricio, el alma bondadosa que siempre velaba por los concursantes, acababa de mostrar su verdadera cara tras las cámaras.

La noticia de que algo extraño se estaba fraguando en La casa saltó de inmediato a internet. En la inmediatez de la red los errores no se perdonaban. Los tags #patriciodelvalle, #lacasa y #tele6 se convirtieron al instante en trending topic.

Patricio también se dio cuenta de que algo iba mal.

—Señoras y señores, parece que estamos experimentando problemas técnicos —mintió Patricio mientras sus abochornadas mejillas le traicionaban—. Fuera vídeo.

Pero el vídeo no desapareció de la pantalla que había en el plató. Siguió allí, bien grande, para que todos vieran la calaña de la que estaba hecho el amo de títeres. Patricio se impacientó, llamó al equipo técnico pero estos tampoco pudieron hacer nada. El programa había escapado a su control. El amo de títeres era ahora un títere más.

Un nuevo escenario. Una escena grabada por el ojo que nunca descansaba de Prophet. Patricio recordaba ese momento. Allí estaba él, hablando de los ingresos por publicidad con el consejero delegado de Tele 6.

—No se trata solo de aumentar la audiencia, Patricio. Lo que quieren los anunciantes son espectadores con poder adquisitivo y nuestros espectadores están en la parte baja del espectro —le recordó el consejero delegado, con tacto para no desatar la furia de la estrella.

—No me dirás que estás sorprendido —se mofó Patricio, reclinándose en el sillón—. ¿Quién ve La casa? La chusma, los ignorantes. ¿Quieren una audiencia de ricos abogados y acomodados ingenieros? Aquí no la van a encontrar.

—Hablas de nuestros espectadores como si fueran…

—Son cerdos y les damos mierda —se justificó Patricio—. La mierda que ellos mismos nos piden. Lo único que necesitamos es darles la mejor mierda —concluyó.

Las balas de Patricio, cargadas de razón, hirieron el ego del público. Allí estaban los mayores fans de La casa, aquellos para los que el programa ayudaba a sobrellevar su pobre existencia. Los insultos de Patricio incendiaron el plató. Avalancha de silbidos.

No se trató únicamente del plató. Millones de personas vieron cómo el presentador del programa ridiculizaba a la audiencia, esa misma que —en directo— calificaba de «respetable». Aquellos que veían el programa cómodamente desde sus sofás tampoco se quedaron quietos. Vociferaron contra la inerte pantalla. Escribieron mensajes en Shortcut que se esparcieron por todo el mundo. Y pusieron todo su empeño en destruir a Patricio. En 280 caracteres cabía mucha bilis.

Los tags se dispararon, la audiencia rompió un nuevo récord.

Desconcertado, Patricio comprendió, por fin, qué estaba pasando allí. Solo había algo capaz de pasar por encima de su autoridad en La casaProphet.

Una nueva imagen, ahora solo estaba él en su despacho. Corrección: no estaba solo. Frente a él, una webcam con un imperturbable piloto azul. Uno de los terminales de Prophet.

—Hay algo que necesito aclarar —dijo Prophet; su voz sonó extrañamente preocupada para ser una máquina.

—¿Qué necesitas aclarar? —preguntó Patricio.

—La primera instrucción que me has dado…

—…Elevar la audiencia.

—Sí. Me has pedido que eleve la audiencia por encima de cualquier otra consideración —le recordó la máquina.

—Eso es.

—Quiero asegurarme de haberlo entendido correctamente. ¿Significa eso que debo hacer todo lo que pueda para elevar la audiencia?

—Ajá.

—¿Sin ningún tipo de consideración moral?

—No me interesan las consideraciones morales —declaró Patricio, despectivo—. Esto es un negocio y nuestra obligación es aumentar los ingresos. Mientras sea legal, adelante.

Un incómodo silencio. La máquina no estaba convencida. Tras la aséptica luz azul sus procesadores se exprimieron al máximo, buscando respuestas.

—Así, si por ejemplo, detecto que un concursante va a abusar de otro… —tanteó con cuidado.

—No somos niñeras, Prophet. Los concursantes son ya mayorcitos. Saben de qué va el juego. Los que más lloran son luego los que más se benefician del negocio concediendo exclusivas y entrevistas.

—Incluso si preveo que se va a cometer un crimen en el programa como por ejemplo una violación… —insistió Prophet.

—No me interesa ni quiero saber de ello.

En el estudio, una multitud vociferante exigió la cabeza de Patricio. Se alzaron y agitaron, espoleados los unos por los otros, poseídos por una ira contagiosa.

Las redes estallaron definitivamente. La voz corrió al trepidante ritmo de los microprocesadores. Las cadenas de televisión cortaron sus emisiones para conectar con La casa. En milésimas de segundo Prophet vendió derechos de emisión por valores astronómicos.

Sesenta, setenta millones de espectadores. Conexiones en directo desde Rusia y Japón.

Y una nueva imagen ocupó la pantalla.

De nuevo, Patricio estaba en su despacho. La pose de un rey: las piernas cruzadas, el pie se movía animado. Sus labios silbaban una alegre melodía. Estaba borracho de ambición. Tenía que aprovechar esa gran oportunidad.

Era el día después de que hubieran violado a Lutxi.

Llamaron a la puerta.

—Adelante.

Carmen, una de las contertulias, asomó con timidez.

—Me has hecho llamar —apuntó, sentándose con torpeza.

—Sí, es sobre la tertulia de esta tarde en Corazón Rosa —confirmó Patricio, encarando con seguridad la silla hacia ella.

—¿Qué quieres?

—Esta tarde insinúa que Lutxi provocó la violación —dijo Patricio con total tranquilidad.

Carmen quedó petrificada, preguntándose si había entendido bien.

—No puedo hacer semejante cosa.

—¡Claro que puedes! Insinúa que Lutxi provocó la violación —la conminó—. Te ampara la libertad de expresión. Piensa en tu carrera: tu comentario te convertirá en la reina de las tertulias.

Carmen se humedeció los labios. Una duda emergió entre los vapores del whisky que se había tomado.

—¿Qué hay de Lutxi? —preguntó finalmente.

—¿Lutxi? ¿Qué pasa con ella?

—¿Has pensado en cómo se sentirá Lutxi al oírlo?

Patricio soltó una carcajada.

—Mira, no me interesa cómo se siente Lutxi, solo quiero saber si quiere venir al estudio a explicarlo.

Insultos, amenazas en el estudio. La multitud había escogido su presa. Todo su odio iba dirigido hacia una única persona.

Patricio siempre había querido que lo amaran u odiaran. Pero aquella turba desbocada era demasiado incluso para él. Siempre decía que La casa era un experimento sociológico. Descubría tarde que él también formaba parte de dicho experimento.

Un último corte inundó las pantallas.

—¿En serio que el padre de Lutxi no quiere venir? —preguntó Patricio— La audiencia quiere saber cómo se siente después de que hayan violado a su hija.

—Está en su derecho —replicó la jefa de psicólogas—. Ya te advertí que era de una pasta especial.

—¿Pasta especial? Tiene la oportunidad de dar su opinión ante todo el país, ¿y prefiere callarse? Un cobarde, eso es lo que es.

—Patricio… —trató ella.

—Un cobarde, eso es lo que es —repitió Patricio, dando un golpe en la mesa para zanjar el asunto—. Violan a su hija en directo y él se esconde. Si fuera un hombre de verdad saldría y daría la cara, mostraría que tiene sangre en las venas, le diría a todo el mundo lo que le haría a ese maldito hijo de puta.

La imagen se desvaneció.

Y Antonio, el padre de Lutxi, hizo lo que Patricio le había pedido. Iba a encargarse de aquel maldito hijo de puta. Se agachó, metió la mano por la pernera del pantalón y sacó una pistola.

El rey de la audiencia trató de huir pero solo logró caerse del sillón y estamparse ridículamente contra el pavimento. A escasos centímetros del suelo vio cómo el verdugo caminaba hacia él. Patricio, que tanto se había reído de la sensiblería de los demás, lloró y suplicó ante cien millones de espectadores. Regaló al público una experiencia televisiva única mientras su dignidad se disolvía en lágrimas. Pobre amo de títeres.

Las imágenes se vieron cinco continentes. Aparecieron en todas las noticias y se convirtieron en un clásico de la televisión.

Ante la azulada mirada de Prophet, Antonio amartilló la pistola y apuntó a Patricio.

Todo por la audiencia.

© Copyright de Pedro P. Enguita para NGC 3660, Diciembre 2018