La aparición – Reed.

 

Por Pily Barba iconocorcheas 

Continúo mirándola con los ojos muy abiertos, sin poder creer haber escuchado toda esa verborrea. ¿De veras la he escuchado? ¿Y ella? ¿Se cree ese ser diminuto todo lo que me ha dicho? Pero la pregunta del millón, ¡claro!, la pregunta del millón es, ¿de dónde ha salido realmente esa criatura? ¿Es que me estoy volviendo loco o qué? Las hadas no existen… o las apariciones fantasmagóricas, o lo que sea eso que tengo delante de mis narices. No obstante, ahí está esa cosa intentando ser la voz de mi conciencia, ¿o no?, mientras gira alrededor de la vela que yo mismo he encendido hace apenas unos minutos.

Ya es noche cerrada, y desde hace algunos días la luz artificial no va conmigo. Rarezas, imagino. Bueno, en realidad lo hago porque… ¡Bah! ¿Pero qué hago enredándome en pensamientos tan tontos? Mejor continúo observándola, u observándole, a saber… Así, durante unos momentos, intentando averiguar si esto que veo es cierto o no, en riguroso silencio. Sssssssssh, ¡silencio! He de procurar poner mi mente en blanco o en el mejor de los casos, centrarme un poco. Un poco solo. Solo debo centrarme un poco…

Pero, tsk, si es que es inútil, ¡qué puñetas! Esto es una locura, ¿o quién coño puede creerse que un ser así…? ¿Que una aparición como esta…? En fin… Todo lo que veo no puede estar sucediendo y punto. Ya está. Tiene que ser un sueño, ¡tiene que serlo! “Eso”, ahí, diciéndome al principio y gritándome después, qué es lo que se supone que debo hacer para terminar con todo… Es que es de risa, joder. ¿Qué sabe esa miniatura grotesca lo que yo debo hacer para finiquitar de una vez por todas mi sufrimiento?

Vamos, ¡venga ya! Que no, que no puede ser. No obstante todo lo que «eso» me ha dicho antes que leía en mi interior, es cierto. Me siento justo como ella o ello (puesto que tiene atributos tanto masculinos como femeninos, y a saber qué género prefiere la cosa), me ha dicho que debería sentirme. Pero por otra parte… No, no, no, no es posible. Venga, va, pero si hasta empiezo a oír que amenaza tormenta… ¡Viva el folklore cuentista, cojones! A ver; un, dos, ¡toma trueno! Vamos hombre, que no puede ser. Que esto no hay quién se lo trague. Así que, mejor, mejor-mejooooor procuro no volver a perderme dentro de mi propia locura, porque está claro que es eso lo que me pasa; que empiezo a estar como una puñetera regadera. ¿Que no? Debo estar sufriendo una especie de locura transitoria o algo así, y mira mientras, la jodida aparición observándome tan tranquila dando esas infantiles y estúpidas zancadas alrededor de la vela aún encima de mi escritorio.

¡No te fastidia! Y ya está otra vez. De nuevo agita esas peludas alas, ¡eso!, arriba y abajo, ahora de a izquierda a derecha, y vuelve a dejarse sentir ese olor a, a, a… aghh, es como una especie de batiburrillo de aromas silvestres, pero aderezado con mierda de vaca. ¡Joder, qué asco! Vale, y empieza a enviar esos latigazos de luz azul junto a su aleteo, alumbrando ahora los rincones más oscuros y retirados de la habitación. Esto sí acojona, ¿lo ves? Esto no me gusta nada. Y ahora que la luz centellea arrítmicamente todo el tiempo, como si alguien hubiera zarandeado una lámpara de esas que cuelgan del techo, tengo la sensación de que eso, y yo, no estamos solos. Hay sombras, sí, sí, sí, sí que las hay, y se mueven. ¡Coño que si se mueven! Ese último latigazo de luz ha revelado una de ellas mucho más grande. ¿Es que crecen? ¿Están más cerca, más lejos? ¿De qué va esto? No por Dios, mi vejiga empieza a decirme; «hola, ¿estás mejor que yo?», y los pelos de la nuca… ¡toda la piel se me eriza!

—Te doy dos minutos más —dice «eso» con voz chirriante.

—¿Dos minutos para qué? —pregunto cada vez más acojonado, aunque sé de sobra la respuesta.

—Para que lo hagas. No tienes todo el tiempo del mundo ¿sabes? Y si no lo haces ya, te aseguro que de aquí en adelante tendrás que vivir con eso que tienes en tu cabeza durante el resto de tus días —dice esa chifladura que mi mente ha creado, totalmente abierta de piernas y dejando ver que tanto sus atributos femeninos, como los masculinos, están excesivamente próximos. ¿Se fecundará a sí misma la cosa? ¡Dios, estoy fatal! ¿Y a mí qué me importa ahora esa gilipollez?

Intento defenderme;

—Eeeeh, no sé de qué coño me hablas. Eres un producto de mi imaginación, lo sabes ¿no?  Espero no disgustarte con decírtelo.

—¿Otra vez con esas?  Está bien, te quedan treinta segundos. Tú mismo.

Esto no puede estar pasándome; ¡no puede estar pasándome!

Un nuevo latigazo y veo muchas más sombras claramente frente a mí. Éstas ya no formaban parte de las paredes, el techo o los muebles. ¿Pero qué coño…? Otro movimiento esta vez de su peluda cola; apaga la vela, y entonces empiezo a oír también sus voces, tan oscuras como su presencia. «Aooooooaaaaaaoooooooooo».

—Bien, se te acabó el tiempo. Tú eliges, ¿quieres continuar como hasta ahora sí o no?

—¡NO, NO, NO! —lo consigo. Consigo chillarle a «eso» al mismo tiempo que tapo mis oídos. No soporto ese siniestro canturreo tribal venido de las sombras. Cierro los ojos, aún con las orejas taponadas por mis manos, y entonces las veo a todas; a las siluetas, éstas se me aparecen iluminadas como si en la habitación en vez de una vela apagada, hubiera múltiples fluorescentes pegando continuos fogonazos. ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! Las sombras, todas ellas ahora iluminadas (¿una sombra iluminada? JA!!), aparecen y desaparecían sin orden ni concierto, pero eso sí, cada vez estrechando más el cerco.

—Entonces, ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no? Venga, pues hazlo.

Y justo en el momento en que empiezo a sentir de nuevo la oscuridad adueñándose de mis entrañas, abro los ojos, subo la persiana, abro la ventana, y salto.

Antes de estrellarme contra el suelo, soy totalmente consciente; esa cosa llevaba razón; YO SOY EL PROBLEMA, y desgraciadamente, no había otro modo de resolverlo.

© Copyright de Pily Barba para NGC 3660, Febrero 2017