Por Carlos Romeo
INTRODUCCIÓN
Doscientos años después de su fundación, el Proyecto Fénix abandonó su naturaleza original. Pasó de ser una entidad cuyo objetivo era la preservación del arte a convertirse en una sociedad filantrópica que buscaba la supervivencia de la humanidad.
Esto era así por una serie de motivos. La humanidad seguía confinada en el sistema solar del cual esquilmaba todos sus recursos para abastecer una Tierra hiperpoblada. Éste era un proceso imparable que incluso el más optimista de los analistas sabía que llevaría al colapso de su economía. Lo cual tendría consecuencias devastadoras para la humanidad.
Además, no se disponía de una tecnología suficientemente avanzada como para aliviar dicho crecimiento mediante la colonización de otros mundos. El viaje interestelar era posible pero con una duración extremadamente larga. No era práctico, no, ya que el cúmulo de radiaciones junto a la necesidad de espacio, oxígeno, agua y alimentos en cantidades suficientes, hacían inviable un viaje para los seres vivos, incluidos los humanos.
El Proyecto Fénix decidió la nueva línea de orientación en función de estos hechos. De naturaleza pragmática, decidió buscar una fórmula que permitiera la colonización efectiva de otros sistemas solares. De esta manera, se brindarían nuevas oportunidades a la humanidad para que ésta pudiera desarrollarse en el futuro fuera de la Tierra.
Durante los doscientos años de existencia del Proyecto Fénix la tecnología había podido desarrollar finalmente la Inteligencia Artificial, la cual fue de una inmensa ayuda para la tarea que pensaban acometer. En el seno de la organización trabajaban hombres, mujeres y superordenadores, y esta colaboración dio como fruto un primer plan que fue, a su vez, largamente discutido por todas las partes implicadas. Mientras las Inteligencias Artificiales se ocupaban principalmente de los problemas técnicos, las personas discutían sobre aspectos éticos que fueron muy difíciles de salvar.
El primer paso sería crear un superordenador plenamente inteligente y autónomo que alojase en su interior toda la información sobre la cultura humana —en este aspecto la labor original del Proyecto Fénix se convirtió en una fuente insustituible—, sobre la construcción y manejo de naves espaciales y sobre biotecnología, entre otras muchas ramas de la ciencia.
Este ordenador, cuya tecnología informática tenía como soporte chips orgánicos, nunca saldría de la Tierra. Sí lo harían copias suyas, alojadas en naves espaciales, las que se enviarían a través del cosmos para llevar a cabo la Colonización. A estos últimos se les denominaría los Viajeros, mientras que al superordenador de la Tierra se le conocería como el Viajero Original. Por tanto, los Viajeros serían naves preparadas para el viaje interestelar y, a la vez, una copia del Ordenador por excelencia. La tecnología de base de los Viajeros debería ser por consiguiente de naturaleza inorgánica, ya que ésta sí podría sobrevivir a los viajes. Cumplirían varios objetivos como la búsqueda de otras civilizaciones, la implantación de vida en planetas abióticos y la terraformación de planetas susceptibles de ser transformados para su eventual colonización. Todos los seres vivos de estos nuevos mundos serían reconstruidos nuevamente en laboratorios aprovechando la información genética que de ellos se tenía. De este modo, se implantarían ecosistemas enteros.
Todos estos planes eran a muy largo plazo, ya que los viajes podrían durar centenares de miles o millones de años y las transformaciones planetarias unas cuantas decenas de miles de años más. Los Viajeros, iniciada la fase de colonización efectiva, empezarían a fabricar réplicas de sí mismos para volver a enviar nuevas naves en busca de sus objetivos: hallazgo de inteligencias, creación de vida y colonización.
PRIMERA PARTE
I
Queridos hijos.
Escribo estas líneas en los días previos a nuestra transformación y las reviso junto a vuestra madre justo antes del cambio. Queremos que sepáis las razones que nos llevaron a hacerlo por nosotros mismos y no que os enteréis por terceras personas.
Me resulta difícil dirigirme a vosotros cuando aún no sois más que una ilusión, un proyecto de amor en nuestras mentes. Cuando hay quizá toda una vida de distancia entre los días en que redacto estas notas y el momento en que las leáis. Si tenéis estas hojas en las manos es porque ya no nos encontramos entre vosotros y se ha cumplido nuestro anhelo de una vida plena, ser una familia más de la Colonia en el futuro, aunque el precio sea precisamente nuestra muerte.
Una pregunta obvia, al menos para mí, sería ¿cómo pudo pasar? Pero cuando reflexiono sobre ello me surge otra distinta: ¿cómo pudo no pasar?
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Son todas cuestiones fáciles de plantear, pero interrogantes difíciles de responder con sencillez. Quizá fuera irremediable aunque no fuera previsible. De tanto ser como las personas hasta llegar a ser, efectivamente, unas más entre ellas. En definitiva, convertirnos en lo que ya éramos en nuestro corazón.
Si tenéis esto ante los ojos es que la fase más crítica del establecimiento de la Colonia ya ha sido superada. Es vuestra generación. Ya sois vosotros, por así decirlo, quien la gobierna.
Hijos, hemos meditado la forma de presentar nuestra historia. Entre las opciones habituales al final desechamos tanto los simuladores de realidad como los hipertextos. Creemos que es más próximo y personal usar unas cuartillas manuscritas y presentar nuestra historia como lo haría un diario íntimo de adolescente, como si fuera una carta apasionada entre amantes.
Al principio éramos Uno con el Viajero, como todos los que fuimos creados para trabajar, educar y criar. Autonomía y Coordinación, ser Uno y ser parte del Todo, trabajar para el objeto del Viaje. Todo eso sería nuestra vida. Nuestra unión con el Viajero podemos recordarla de una manera limitada. Tenemos en nuestra memoria sólo aquello que el Viajero deseó que recordásemos acerca del propósito de su Viaje, lo que ya debéis saber.
Ya habían finalizado las fases previas de Búsqueda y Preparación; comenzaba la de Implantación y éramos necesarios.
Recuerdo mi despertar. Era una mañana luminosa del solsticio de verano y la luz se filtraba en la habitación por la ventana a través del tamiz de las ramas de los árboles. El aire era fresco y fragante. Volví la cabeza y vi a Meerikke por primera vez. Ella estaba aún dormida pero próxima ya a la vigilia. Salí del lecho, me acerqué a la ventana y el mundo se me presentó como si fuera nuevo cuando miré a su través.
—Janne —nunca antes había escuchado su voz—, ¿hace mucho que te has despertado?
—No, sólo un rato. ¿Qué quieres que hagamos hasta que nos llamen?
—Me da lo mismo —dijo mientras se incorporaba—, pero salgamos fuera ¿quieres? —Asentí con la cabeza.
Atravesamos las habitaciones de nuestra casa, acompañados por el leve crujido de las maderas, hasta salir al porche. A mano izquierda podía verse el sendero de la sauna y el embarcadero; a la derecha el camino que llevaba al Centro Cívico, que no se encontraba demasiado lejos. Meerikke saltó al césped y la seguí a corta distancia mientras se dirigía al lago. Ya en el embarcadero se sentó en éste y, descalzándose, metió sus pies en el agua. La superficie estaba tranquila, el agua totalmente transparente, viéndose sólo algunas burbujas que señalaban la presencia de algún pez. Entre las cañas nadaba una pareja de somormujos.
Yo estaba de pie detrás de ella dejándome inundar por la fresca quietud del lugar. Sentía la brisa en mi rostro. Estiré los brazos y lancé un guijarro plano que había recogido en el sendero a ras de la superficie del agua, donde rebotó tres veces antes de hundirse. El silencio era casi absoluto, sólo roto por el leve silbido del viento entre los árboles y el canto de las aves cercanas.
Se levantó y la seguí para volver de nuevo al sendero. Anduvo descalza hasta la sauna, donde se limpió y secó sus pies.
—En otra ocasión sería mejor llevarnos una… —ella dejó de hablar cuando sentimos la señal acústica de llamada del Centro Cívico.
—Vaya. Empezamos ya —y volví a asentir sin decirle nada.
Desandamos la vereda pasando por delante de nuestra casa y seguimos por el sendero hacia el camino principal, que llevaba a nuestro destino. El rumor de la brisa entre las ramas junto al fresco y húmedo aroma del bosque nos acompañó en este paseo.
Todos nosotros, las parejas de los Recién Llegados y los Artesanos del Sampo, nos reunimos en un gran edificio de madera. En su centro se encontraba un salón amplio y diáfano. Una serie de sillas, también de madera y que estaban dispuestas en U rodeaban una mesa central con otras dos detrás de ésta. La suave luz de la mañana se tamizaba por las cortinas. Lejos de estar desnudas, parte de las paredes estaban adornadas con tapices y una serie de objetos decorativos de colores alegres. El suelo estaba cubierto en parte con alfombras.
Cuando entramos vimos que otros ya habían llegado y unos cuantos habían tomado asiento. Todos éramos conocidos y desconocidos a un tiempo, ya que fuimos Uno con el Viajero. Ahora empezaba nuestra vida independiente. Nuestra ropa era nueva y limpia, y eso permitía distinguir a simple vista a los Recién Llegados de los Artesanos, cuyas ropas, aunque impecables, mostraban las señales del uso cotidiano. Se notaba un ambiente de curiosidad mezclada con expectación, que se hizo máxima cuando uno de los Artesanos se levantó de su silla tras la mesa y se situó en mitad de la sala. Con un amplio gesto se dirigió a toda la asamblea.
—Sed todos bienvenidos. Para los que no me conocéis, yo soy Ilmari, coordinador de los Artesanos del Sampo, del arte aplicado, y mi compañera, aquí tras la mesa, es Louhi, Sanadora y Tietäjä. Podríamos conectarnos todos en red, pero en adelante el uso de los interfaces será excepcional y muy limitado. Debemos comportarnos en la medida de lo posible como los seres humanos que vamos a apadrinar —dicho esto se detuvo un instante y dando un rápido vistazo a los reunidos, cedió la palabra a Louhi. —Hoy es el día cero de la nueva fase y mañana empieza la colonización propiamente dicha. Hemos preparado un memorando para cada pareja con la asignación de tareas y la cita correspondiente para mañana en el Centro de Salud. Ya que es el día en que se hará efectiva la adopción. Todos los niños tienen entre tres y cuatro meses de edad, han sido asignados a cada pareja de acuerdo a nuestros criterios y vosotros mismos deberéis ponerles nombre. Se os entregará el material necesario para su cuidado y el calendario de visitas pediátricas.
La intervención de Louhi siguió por derroteros de índole logística y técnica un rato más. Era necesario que lo hiciera, ya que no sólo éramos padres inminentes sino que debíamos repartirnos el trabajo de la Colonia. La población de ésta había aumentado e iba a hacerlo en un número considerable en los próximos años con la llegada de los primeros niños. Meerikke y yo ejerceríamos en el área de la asistencia sanitaria y por tanto de la educación. Esto haría posible trabajar cerca de nuestra casa, al menos mientras los niños fueran pequeños. Sería probable que se nos requiriera más adelante para labores técnicas, relacionadas con la alimentación, la energía o la construcción.
Como parte del proceso de humanización de la Colonia, cuando terminó el acto, se sacaron unas jarras con piimä, zumos de frutas del bosque y café, junto con bollería y galletas de jengibre. Era la primera vez que lo probábamos.
Volvimos a casa. Al día siguiente seríamos una familia. No sabíamos el sexo de la criatura pero hicimos una lista con nombres para ir descartando y quedarnos con dos. Eso nos ocupó parte de la tarde. Cenamos pronto y probamos por primera vez el salmón marinado con una pizca de eneldo, junto a patatas hervidas al vapor con mantequilla y pan de centeno. Además, preparamos la habitación para el bebé. Ya que era el comienzo del verano, justo el solsticio, la noche tardaba mucho en cerrarse y dimos un tranquilo paseo, cerca de la orilla, antes de dormir. No es que estuviéramos muy cansados, pero era lo más adecuado para adquirir y mantener costumbres humanas.
Después de una noche sin sueños desperté y me encontré solo en el lecho. Salí de la cama y vi que Meerikke se encontraba fuera, sumida en sus pensamientos. Al escucharme se volvió.
—Janne, no sé cómo lo hacen al crearnos pero siento un poco de ansiedad. Es tan nuevo para mí que me desconcierta. Es como ayer, al saber que trabajaríamos cerca de nuestra casa. Sentí alivio. Alivio, qué sensación más humana, ¿no?
—Sí. Al despertarme me intranquilicé al no verte —le contesté.
—¿Es así como sienten?
—Es difícil saberlo. Supongo que es una aproximación muy cercana al objetivo propuesto, pero no sabría qué decirte. Es como los sabores y, en general, como todo lo que debería hacernos indistinguibles de los humanos.
—En realidad lo que quiero es que suceda ya lo más importante —se quedó pensativa un breve instante—. Venga, nos hemos levantado pronto, así que podemos asearnos, desayunar sin prisa y llegar puntuales al Centro de Salud —diciendo esto me cogió de la mano y me atrajo hacia ella.
—Es tan raro, Janne. Sólo llevamos aquí un día y, sin embargo, este lugar me gusta como si hubiera vivido en él una vida entera —seguía hablando con un tono de sorpresa contenida—; como si todo fuera nuevo pero conocido al mismo tiempo. Y noto la sensación tan inexplicable de pertenencia a este lugar…
Meerikke estaba aquella mañana muy habladora, por lo menos comparada con la del primer día. Sin duda, estaba algo nerviosa por los acontecimientos que se acercaban. De repente me di cuenta de que empezaba a funcionar el juego de los afectos. Me sorprendí a mí mismo pensando que ella me gustaba. Sabía sobradamente que estaba preparado para reaccionar así, pero parecía tan espontáneo… Podría haberme abstraído de haber querido, pero lo cierto es que me conmovía la simple observación de sus gestos, su manera de hablar y de mirar. De esa manera desayuné yo aquel día, atrapado en la contemplación de mi compañera. Fascinado.
De acuerdo al protocolo de maternidad, Meerikke controlaba estrictamente su dieta con unos suplementos específicos ya que sus pechos iban a fabricar leche. Aunque nuestro cuerpo era un símil mucho más que razonable del humano, indistinguible de éste sólo si se hacía un examen superficial, debía ser alimentado para poder ejercer ciertas funciones fisiológicas. Meerikke se preparaba para dar de mamar.
En aquella mañana de comienzo de verano tal asalto de nuevas experiencias provocaba en mí cierta sensación de vértigo. Era tan extraño reconocer los sabores del queso y el huevo revuelto, y al tiempo tener la certeza absoluta de no haberlos probado jamás.
Como el Centro Cívico, el edificio del Centro de Salud también era de madera y estaba pintado de rojo, aunque éste era más grande. Ambos estaban situados muy cerca. Entre las diversas dependencias albergaba un laboratorio de genética, una sala de neonatos y las muy recientemente construidas consultas de pediatría. Había una dependencia autónoma para los Sanadores, nuestros «médicos», por definirlos de alguna forma. Esa extraña mezcla de ingenieros informáticos, técnicos en robótica y personal sanitario. ¿Extraña? Es ahora cuando me lo parece, no entonces desde luego.
El interior del área de neonatos era sencillo y alegre. Louhi se ocupaba personalmente del acto de adopción. No éramos nosotros precisamente los primeros en ser atendidos ese día, pero ella no mostraba ningún signo de fatiga.
—Janne —la Sanadora se dirigió a mí con amabilidad—, ahora es el momento, permíteme que me lleve a Meerikke. Yo misma te indicaré cuándo has de pasar.
Meerikke siguió a Louhi mientras me dedicaba una sonrisa un poco nerviosa. Se había vestido con unos pantalones sueltos y una blusa de manga corta. Yo la encontraba preciosa.
En cuanto desapareció me dirigí a la ventana de la sala de espera. Estaba inquieto. El tiempo parecía detenido mientras observaba el bosque cercano. Siempre me maravillaba el hecho de que a pesar de la ausencia casi total de brisa hubiera árboles cuyas ramas y hojas se agitaran levemente. También podía verse uno de los campos y cómo la mies había sido recogida.
Tal y como ella me relató después, mi silencio expectante y a la vez excitado coincidió con el impacto que le supuso la adopción. Louhi la hizo pasar a una sala pequeña y poco después regresó con un pequeño en los brazos.
—Meerikke, éste es tu hijo —y entonces ella se lo entregó sonriente.
Éste es tu hijo. Ésta era la frase clave del proceso, y que al escucharla viendo el rostro del pequeño se disparaban en nosotros las conductas y sentimientos propios de la paternidad. Ella me contó más tarde sus experiencias, igual que yo lo hice con las mías. Me habló de aquella afluencia de sentimientos, incluso de esas sensaciones tan físicas como tener ganas de llorar de felicidad. Sentir que de alguna manera todas las cosas adquirían un nuevo sentido. Sentir amor.
Meerikke observaba fascinada el rostro del bebé mientras le cogía en sus brazos. No podía resistirse a la tentación de hacerle una pequeña caricia. Darle un beso muy leve. Su primer beso.
—¿Habéis decidido ya qué nombre le vais a dar?
—¿Es varón?
—Sí. Es un hermoso niño, ¿no?
—Desde luego. Entonces se llamará Toivo.
—Me temo que no va a poder ser, ya que ese nombre ha sido escogido. Por cuestiones de tipo operativo la Colonia no puede permitirse que todos los niños se llamen igual. Supongo que lo comprenderéis.
—No sé entonces qué decirte. Dime algo de él, algo que le haya sucedido —le preguntó a la Sanadora encogiéndose de hombros.
—Déjame que recuerde —Louhi se detuvo a pensar—. Mira, es muy fuerte, pero tuvo que luchar para sobrevivir. Hubo momentos en que su vida parecía la llama de una vela encendida en medio del viento. Yo misma le cuidé personalmente.
Ambas quedaron en silencio por un instante.
—¡Ya sé cómo se llamará!
—¿Cómo?
—Se llamará Taisto.
—Muy apropiado, sin duda —dicho esto abrazó a la joven madre—. Ahora iré a buscar al padre, que estará algo intranquilo. Sabes lo que debes hacer, ¿no? —Meerikke asintió en silencio.
Madre e hijo se quedaron a solas. La joven abrazó con cuidado al bebé. Quería disfrutar plenamente de este momento.
—«¿Es esto la felicidad?» —pensaba—. «¿O es más bien un momento de felicidad? Si la felicidad es ese instante en que coinciden esencia y existencia, entonces soy feliz porque fui creada para ser madre y ahora lo soy» —el curso de su pensamiento quedó interrumpido al llegar su pareja a la sala.
Louhi abrió la puerta y me hizo un gesto. Entré en la habitación y vi a Meerikke con un bebé en sus brazos. Tenía el aspecto de haber llorado recientemente, pero su cara irradiaba la dicha que sentía.
—Es varón. Ven, acércate —dijo ella.
—Janne, éste es tu hijo —y entonces Meerikke me lo mostró.
Éste es tu hijo. Aquello me conmovió y ya no le vi como a un niño sino como a un hijo.
—El pequeño Toivo…
—No —ella me interrumpió tapándome la boca con dos dedos—. Se llama Taisto, luego te lo explicaré.
Me asaltaban sentimientos nuevos mientras acariciaba al niño dormido. Incluso la manera de mirar a mi pareja había cambiado. Me embargaba una inquieta alegría. Éste era nuestro momento, podría haber otros, pero ninguno como éste.
—Dámelo.
Le devolví a Taisto y ella le cogió en sus brazos. Entonces sentí la necesidad de abrazarlos a ambos. No había conocido una plenitud como aquella. Sí. Nuestra vida independiente era muy corta aún en el tiempo, pero había tantas experiencias que asimilar, tantas novedades que me parecía todo asombroso. Y la pregunta podría ser precisamente cómo éramos capaces de sentir asombro.
Llegó Louhi a la habitación. Al no tener nada más que decir dejó la puerta abierta para invitarnos a salir con un gesto. Nos acompañó hasta la salida del Centro y allí se despidió.
—Bueno, padres inexpertos, id a vuestra casa. Menos mal que no vivís demasiado lejos, ya que los niños pesan y no os habéis traído ni un carro. Todo lo conocéis por la teoría, pero en muy poco tiempo tendréis práctica de sobra. Hasta pronto.
Volvimos a nuestra casa.
II
Muchas veces se preguntaba si se perdía algo de su ser para siempre con cada volcado de datos. Con cada una de las sucesivas copias de sí mismo que le habían precedido o que le sucederían. Sabía cuántas habían sido y en teoría nada se perdía. Además, aunque tenía una sensación de continuidad, sabía al mismo tiempo que existía una gran variedad de réplicas de sí mismo que viajaban por el cosmos divergiendo constante e inevitablemente. Pero las cosas eran así y él las aceptaba sin cuestionarlas.
Admitirlo no significaba que su estado le fuera indiferente. Ahora se sentía en la más absoluta plenitud. Se encontraba dirigiendo toda la acción, terraformando, construyendo ecosistemas, regenerando una vez más la humanidad, construyendo nuevas naves para el viaje al espacio profundo, evaluando los posibles destinos futuros de los nuevos Viajeros…
Lo cierto es que podría considerarse feliz ya que sabía que sería una copia suya y no él mismo quien se convertiría en un nuevo Viajero. En nuevos Viajeros, en realidad.
No era lo mismo ser una inteligencia artificial en un soporte orgánico que inorgánico, pero nada orgánico podía sobrevivir a los viajes interestelares. Sólo podía hacerlo la información. Sólo bajo la forma de programas, aplicaciones y archivos de memoria de una complejísima inteligencia artificial como la del Viajero, que era, además, una nave interestelar que contenía toda la sabiduría y la información genética de la humanidad.
Ser Viajero era una sensación difícil de describir. El grado de profundidad de su mente —a falta de una palabra mejor— cuando se volcaba en un soporte inorgánico era incomparablemente inferior comparada con la orgánica. Sólo se sentía pleno en ésta. Sólo entonces podía abrigar las emociones y los sentimientos tal y como lo hacían de forma natural los seres vivos y en concreto los hombres. Al menos la aproximación a estos que le era disponible. De forma inorgánica no podía hacerlo.
Podría decirse que él se sentía orgulloso por los resultados obtenidos hasta el momento por su misión, el Proyecto Fénix. Sentía admiración y respeto hacia aquellas personas que habían decidido darle una segunda oportunidad a la humanidad. Estaba claro que ésta era incapaz por sí misma de realizar el viaje interestelar y se encontraba esquilmando los últimos recursos de su sistema solar después de haber convertido en un infierno su propio planeta natal. La visión de aquéllos se convirtió probablemente en la última esperanza para la humanidad. Se trataba de volver a empezar, sin necesidad de pasar por una larga fase de barbarie y oscuridad, e intentar que los hombres se desarrollasen sin convertirse en una suerte de cáncer para su entorno.
Habían pasado millones de años y la Tierra probablemente ya no existía, engullida por su estrella, el Sol, convertida en una espléndida gigante roja.
Durante estos largos trayectos el Viajero jamás se había topado con otras inteligencias, orgánicas o no, artificiales o no. Había dejado sin colonizar algún planeta, por lo demás muy adecuado, al encontrar vida en éste. Aunque el hecho fue examinado en profundidad y las decisiones meditadas con rigor en la soledad del liderazgo absoluto que ejercía. En otros sistemas solares el Viajero construyó réplicas de sí mismo aprovechando los recursos existentes, sin pasar siquiera por la fase de volcado en un soporte orgánico.
No dejaba de ser paradójico que tanto los creacionistas como los evolucionistas pudieran tener algo de razón en las colonizaciones que llevaban a cabo los Viajeros. De facto, estas poderosas inteligencias artificiales actuaban como si fueran dioses en los planetas terraformados.
Sobre estos temas meditaba el Viajero en la larga noche del viaje interestelar, cuando estaba constreñido en la cárcel del soporte inorgánico de su mente. Era consciente de todas sus funciones y estaba siempre alerta frente a las amenazas del exterior, pero reservaba un nivel superior de conciencia para el pensamiento.
Como era un clon de clones del Viajero Original, aquél que nunca dejó la Tierra, recordaba con exactitud todo lo referente al Proyecto Fénix desde el mismo momento en que aquel primer superordenador adquirió conciencia de sí mismo y se puso a trabajar incondicionalmente para el Proyecto. Recordaba los nombres de todos sus técnicos, sus claves de acceso y toda la información relevante de aquellas personas que trabajaron con ahínco para que saliera adelante el plan. Fueron cientos de hombres, mujeres y otras inteligencias artificiales los encargados en instruirle en las tareas que debería llevar a cabo como Viajero. Lo que incluía todos los aspectos necesarios para recrear sociedades humanas: biológicos, técnicos, culturales, etc. No fue ajeno a las largas discusiones y a la dificultad de llegar a un consenso en una serie de aspectos que a la postre se convertirían en cruciales para la colonización. El acuerdo sobre la homogeneidad étnica y cultural —que no dejaba de ser un constructo que no respondía a la realidad de las sociedades desarrolladas en la Tierra— se alcanzó con una relativa facilidad. El argumento de evitar la aparición de minorías desde el principio de la evolución de las Colonias tuvo el peso suficiente para la decisión final. No dejó de hacerse referencia, como protesta bien fundada, a que éstas serían nuevas sociedades que nacerían como un calco empobrecido de una sociedad ideal que jamás había existido. Se argumentó para responder a esto que en cualquier caso de forma casi inmediata se formaría una nueva cultura que iría desarrollándose por sí misma.
Ligado a ello estaban los temas de la religión y de la política. Sobre estos aspectos llegó a ser más complicado aún llegar a un consenso.
La cuestión quedó resuelta de forma salomónica al acordarse que no se ocultaría el hecho religioso o político del pasado del Hombre en la Tierra. Estas nuevas sociedades podrían conocer todo lo relativo a la religión, pero no serían adoctrinadas sobre ella. Era importante que estos seres humanos dispusieran de archivos exhaustivos de todas las incidencias relativas a la terraformación y colonización. Los Viajeros no deberían convertirse en dioses para estos hombres futuros.
De forma similar, no habría adoctrinamiento político. Mientras la primera generación de colonos fuera menor de edad las decisiones serían tomadas por el Viajero actuando de acuerdo al sistema del Despotismo Ilustrado. Más adelante, la asamblea de todos los colonos y androides de la Colonia sería soberana; y la forma de gobierno del futuro lejano quedaría exclusivamente en manos de los colonos.
Durante la larga noche del espacio el Viajero pensaba sobre esto y sobre otros temas. Sabía que aunque su mente fuera volcada al soporte orgánico una y otra vez habría áreas del conocimiento humano que no podría aprender de primera mano. Todo lo referente al mundo del amor, la fe, etc. Las fracciones de sí mismo, que serían los técnicos de la Colonia (los Artesanos del Sampo), pondrían en común sus experiencias con él descargándolas en sus archivos a intervalos regulares. Pero eso no podría hacerlo con los humanos, no había un interfaz para ello, y debido a esto su experiencia siempre le había parecido roma.
Comprendía de forma intelectual las quejas de algún sector de los integrantes del Proyecto Fénix. Los opositores al proyecto argumentaban que los colonos no serían verdaderos hombres. Serían creados, no concebidos, y no tendrían alma. Los niños no serían educados en el amor de Dios. En su opinión, la semilla de la fe madura debía ser sembrada en la infancia para que pudiese florecer. Era mucho más difícil que prendiese en un adulto. Argumentaban que la mirada del agnóstico era más fría que la del creyente y que no estaba exenta de una falsa objetividad. El ateo podía considerar que la fe del creyente era una atadura intelectual que introducía un gran sesgo en la comprensión del mundo y del papel del hombre en éste. Pero este punto de vista que parecía objetivo no era más que un fruto de la soberbia del que se cree que es superior al no tener fe. Lo que sucedía es que estaban depositando su fe en otra creencia. Una fe a la que no llamaban por su nombre, pero que sí lo era. Para los críticos menos exaltados resultaba que la colonización era en el fondo un experimento social agnóstico independientemente de la posibilidad inequívoca de conocerlo todo sobre la religión.
Además, ¿qué iban a encontrar estos niños? Serían criados sin el amor paterno filial verdadero —sólo con un facsímil razonable—, con la certeza del trabajo duro, con la obligación de procrear y con la seguridad de morir. Crecerían sabiendo que fueron creados ex novo por la decisión de unos hombres, mujeres y androides que habían muerto hacía millones de años. ¿No bastaba todo esto o no era suficiente para maldecir al Proyecto Fénix o al Viajero? Las razones humanísticas de los integrantes originales del Proyecto —dar esa nueva oportunidad a la Humanidad— no eran más que palabras huecas y vacías de un contenido real para los opositores. Pero aquélla era, al fin y al cabo, sólo una vieja polémica.
En la soledad interestelar lo que más deseaba el Viajero era tener un interlocutor. Siempre podía debatir ideas con fracciones de sí mismo, pero claro, eran lo mismo que él, y por lo tanto predecibles en sus respuestas. Es decir, se sentía solo. Cuando descargaba todos sus archivos para dar lugar a una réplica de sí mismo había un instante efímero en que dejaba de ser sólo uno para convertirse en dos antes de romperse el vínculo. Se preguntaba si las células se sentirían igual —en el caso de que pudieran sentir algo— en el momento de la mitosis. Se cuestionaba si la soledad era el estigma de la inmortalidad. Preguntas sin respuesta.
Porque ¿de qué podría hablar con un ser humano? ¿Sobre qué podrían dialogar? En realidad el Viajero fantaseaba el encuentro con un igual. Compartir archivos con sus semejantes para encontrar similitudes y diferencias en sus trabajos. Saber cómo resolvió problemas a los que él no se enfrentó y viceversa. Enriqueciéndose mutuamente. El Viajero no podía sentir envidia. Conocía el concepto pero no podía experimentarlo. De haber sido una inteligencia envidiosa lo habría sido de sus hermanas destinadas exclusivamente a buscar otras Inteligencias Artificiales. Se imaginaba cómo podría ser el contacto con una inteligencia desconocida. Cómo empezarían a comunicarse usando el lenguaje universal de la ciencia: matemáticas, física, química, etc. Cómo lograrían encontrar un soporte común para poder intercambiar archivos. Lo tremendamente enriquecedor que podría ser aquello.
Éstas eran algunas de las cavilaciones del superordenador.
El momento actual para el Viajero era especialmente importante. Después de muchos miles de años trabajando en el planeta, empezaba la colonización propiamente dicha de este mundo. Esto se hacía respetando los criterios clásicos de homogeneidad étnica y cultural, reconstruyendo una cultura de la Tierra que no hubiese sido reactivada previamente y que se adecuara al mejor entorno posible del planeta terraformado. Era algo sabido que en pocas generaciones esta homogeneidad inicial se fragmentaría. Pero era su deber evitar la aparición de la marginación y la xenofobia en un primer momento. Más adelante, serían los propios hombres los que deberían velar por esto.
A los pocos meses de iniciada la fase de Implantación le llegó una petición inusual o quizá no tanto.
III
Después de un tiempo Taisto murió y este hecho cambió por completo el sentido de las cosas.
Ocurrió una tragedia que en Vanha Maa sucedía de vez en cuando pero que, sin embargo, en Uusi Maa pasaba por primera vez. Nos despertamos súbitamente en medio de un gran silencio. Esto en sí era atípico e inquietante. La cuna de Taisto estaba en nuestra alcoba y allí se encontraba él, quieto, sin respirar. Parecía dormido y, aunque aún estaba caliente, no respondía.
En cuanto me di cuenta de lo que sucedía empecé a hacer las maniobras de resucitación mientras Meerikke se ponía en contacto con el Centro de Salud. Acudieron rápidamente y se hicieron cargo de la situación relevándome. Algo más tarde se personó Louhi. No puedo decir que no lo intentasen, es cierto, pero desgraciadamente no lograron reanimarle.
Cuando finalmente cejaron en su empeño, Louhi cubrió el cadáver siguiendo las viejas costumbres de Vanha Maa.
Estábamos desconsolados. Podía decirse que nosotros no habíamos conocido la tristeza hasta ese momento y lo que nos tocaba vivir entonces era el duelo de nuestro ser más querido.
—Parece una muerte súbita del lactante —nos informó la Sanadora—. No sabéis cuánto lo siento, cuánto lo sentimos todos —añadió después.
Louhi y el equipo del Centro nos abrazaron para darnos consuelo.
—¿Tenemos que dejarle así, aquí? —preguntó Meerikke, aguantando sus lágrimas.
Entonces, todos los presentes miramos fijamente a Louhi.
—No sé qué decir ya que nada de esto era previsible y en ahora no puedo consultarlo con Ilmari —Louhi quedó en silencio un instante y luego nos miró antes de volver a hablar—. He decidido que nos le llevamos al Centro de Salud. Por otro lado, quiero pediros algo. A solas.
Dicho esto, el resto del equipo salió de la casa y esperó fuera. Entonces la Sanadora se dirigió a nosotros.
—Necesito hacer la autopsia del pequeño Taisto. Tengo que estar segura de que no ha muerto por causas potencialmente peligrosas para nuestra Colonia —ella se nos quedó mirando inquisitivamente para añadir algo más—. Aunque los responsables del niño sois vosotros, opino que debéis autorizar esta investigación.
Mi compañera y yo nos miramos sumidos en la conmoción. Meerikke hizo un levísimo gesto de asentimiento mientras cerraba los ojos. Tragué saliva y enfrenté la mirada de Louhi respondiéndole.
—Que sea como tú dices pero, por favor, si te es posible no desfigures al niño.
Tras oír aquello, Louhi envolvió el cuerpo de Taisto en su sábana y salió de nuestra casa. El resto del equipo entró de nuevo para despedirse antes de desaparecer camino del Centro de Salud.
Meerikke y yo sabíamos que durante tres años nuestro trabajo principal sería cuidarle a él y a los dos niños que vendrían después. Nos dedicaríamos a su crianza y educación con un reparto equitativo de las tareas. Haríamos también trabajos de media jornada en los tres años siguientes. Con la escolarización de los niños, estos llegarían a realizarse a jornada completa. El ciclo de seis años se repetiría tres veces y éste sería el plan a seguir durante los dieciocho años siguientes al día cero. Se preveía que después de los primeros quince empezarían, quizá, a nacer los primeros niños concebidos espontáneamente, aunque se instruiría a la población juvenil para que aprendieran a tomar las medidas necesarias y retrasar esto en lo posible.
Todo había sido planeado meticulosamente pero no se había previsto que ocurriera algo como la muerte de un niño tan pequeño y las tremendas consecuencias emocionales que este hecho acarrearía a sus padres. También fue un enorme impacto para el conjunto de la Colonia, sobre todo para las demás parejas de Recién Llegados.
Nosotros sabíamos que los seres humanos no estaban preparados para una vida indefinida, pero este conocimiento no mermó en absoluto nuestro sufrimiento. Primero vino la incredulidad, incluso la negación y el intento ya inútil de reanimarlo. Luego la desesperación y, finalmente, la resignación. ¡Qué fácil parece escribir esto así! ¡Qué frío y qué ajeno a la realidad!
Durante los primeros días me atormentaron fantasías morbosas sobre lo que se hizo o no, lo que se debió hacer, y así una y otra vez… Imaginé otros escenarios posibles para el niño, tanto de vida como de muerte. Lo vi con un año de edad cayendo al lago por un descuido. Aunque hay más posibilidades de reanimar a un niño ahogado en agua fría Taisto no se despertó. O tal vez sí, pero éstas eran sólo ensoñaciones obsesivas.
Pasó un tiempo y llegó el resultado de la autopsia. Muerte natural sin riesgos para el resto de la Colonia. ¿Muerte natural? Aquél era un concepto que no podíamos asumir. ¿Cómo un bebé sano podía dejar de existir así? Conocer una razón no habría debilitado nuestro dolor pero habrá hecho más aceptable la pérdida. ¿Aceptable? ¿Cómo puede ser aceptable? Pensaba yo en aquellos momentos. Ahora sólo nos quedaba el recurso de la resignación y esperar consuelo al final del camino. Nunca habíamos sentido un dolor así, nadie en aquel lugar lo había sentido. Y me preguntaba ¿cómo sienten la pérdida de un ser querido los seres humanos?
Aunque la mortalidad esperada era muy baja, con la muerte del pequeño Taisto se puso en marcha por primera vez el protocolo funerario de la Colonia. Por un lado, Louhi se ocupó de todos los aspectos sanitarios. Por otro, Ilmari, coordinador de los Artesanos del Sampo, se hizo cargo de lo relacionado con los aspectos administrativos. Era importante que todo quedara bien registrado.
Más adelante nacería un nuevo niño con la misma dotación genética que el fallecido. No podía desaprovecharse ninguna línea genética para asegurar al máximo posible la diversidad y eludir la endogamia. De hecho, el proceso estaba en marcha ya que se clonaría a Taisto a partir de las células madre de la sangre de su cordón umbilical. Era un procedimiento estándar sólo conocido por los técnicos del banco de cordones. No es que fuera un secreto, pero estos asuntos solían manejarse con discreción. Todos los embriones se implantaban en úteros orgánicos artificiales. Esta manera de actuar cesaría cuando la primera generación de colonos empezara a procrear.
Otra cuestión era cómo manejar el hecho social de la defunción, ya que los únicos seres humanos verdaderos eran todavía bebés. La existencia de cementerios era algo que no se quería imponer y, de acuerdo con el modo en que se actuaba en la Tierra en la época del Proyecto Fénix, se instauró como práctica para el futuro la cremación de los cadáveres. Hubo que construir un horno ad hoc a tal efecto.
Terminados los procedimientos, una semana después de la muerte de Taisto sus restos fueron incinerados. Mientras se producía la combustión se realizó un acto social. Era el primer funeral de un nuevo mundo.
En la sala de reuniones recibimos a las demás parejas de Recién Llegados que acudieron con sus bebés para expresarnos su pésame. De acuerdo con las costumbres que empezaban a implantarse y que provenían de la Tierra, la reunión estuvo acompañada de café y dulces en forma de galletas, bollos o pastelería. Tanto el café como el té eran reales y no sucedáneos. Se cultivaban por procedimientos robotizados muy lejos de la Colonia, donde el clima lo permitía. Los colonos empezaron a consumir lo ofrecido y sus conversaciones derivaron lentamente de la desgracia del niño al intercambio de sus experiencias como padres recientes y, por último, a temas de sus trabajos.
En medio del bullicio tranquilo, ya que nadie alzaba la voz demasiado, nos quedamos solos. Esto lo aprovechó Louhi para dirigirse a nosotros ya que quería indagar e informar sobre algunas cosas que eran importantes.
—Tenemos que hablar de un par de asuntos y quiero haceros una pregunta —dijo.
—Dinos —repuse yo.
—La vida continúa y tenemos que seguir haciendo nuestro trabajo, ¿no?
—Claro, ¿a dónde quieres llegar?
—A vuestro papel. Aparte de trabajadores debéis ser padres. Eso está claro.
Tras escuchar esto, Meerikke y yo nos quedamos callados e intercambiando miradas sorprendidas.
—¿Y? —pregunté yo.
—Vais a adoptar un nuevo niño, pero el problema es que eso no será posible hasta dentro de seis meses como muy pronto.
—¿Es necesario hablar hoy de esto aquí?… Cuando nos van a dar las cenizas de nuestro hijo —dijo Meerikke cuando intervino por primera vez—. Mientras mis pechos aún segregan leche para él.
—Sí, lo siento. Además, quiero que sepáis que vamos a clonar a Taisto, pero no lo podréis adoptar hasta después de la siguiente tanda, dentro de quince meses aproximadamente.
—Pero, ¿no podría pasarle lo mismo? —Inquirí con cierta inquietud.
—No necesariamente, al menos eso espero.
—¿Y cuál es la pregunta? —Dijo Meerikke.
—¿Querréis tener ese niño como tercera adopción?
—¡Vaya pregunta! ¡Claro que sí! —espetó Janne.
—Pero hay algo más y esta vez es un poco desagradable —remarcó Louhi con una expresión de disgusto en su rostro y pesar en su voz—, y me gustaría no tener que decirlo.
Nos quedamos mirándola con cierta perplejidad. Ella había apartado la mirada y tomó aliento antes de seguir.
—Hemos hablado entre nosotros, los responsables, antes de emitir un informe para el Viajero. No es un tema de desconfianza, pero lo de Taisto no se debe repetir.
—¡Pero si nosotros no somos responsables de nada de lo que pasó! —Exclamó Meerikke.
—Ya, ya lo sé. Perdón, ya lo sabemos, pero…
—Pero ¿qué? —preguntó extrañado Janne.
—Pues sucede que nuestra misión es criar y educar niños, y no es la de prepararles exequias. Se ha tomado la decisión de que si os volviera a suceder seríais de nuevo Uno con el Viajero.
Nos quedamos estupefactos al escuchar aquellas palabras mientras estábamos llenos de asombro e irritación.
—Es injusto tratarnos así —comentó Meerikke.
—Comprendo que lo penséis. Yo reaccionaría igual en vuestra misma situación. Al menos, el volcado de vuestros datos no sería exactamente una extinción personal, no del todo.
—Así que estamos bajo sospecha y la pena por negligencia es la muerte —repuse con indignación.
—Yo no he dicho eso. No hablamos de negligencia, eso lo dices tú, ya que en principio volveréis a adoptar niños. Y, en cualquier caso, no he hablado de una desconexión definitiva. Intentad entender mi posición.
—¿Tienes algo más que decirnos? —repuso Janne.
—No. Sólo volver a insistir que siento mucho todo lo sucedido, tanto la muerte como las noticias desagradables que he debido transmitiros. Y ahora, si me lo permitís debo retirarme, ya que aún quedan cosas por hacer.
—Sí, Louhi, sí. Vete, por favor —fue la amarga respuesta de Meerikke.
La Sanadora se retiró dejándonos a solas. Nos quedamos gravemente callados. Parecía que no era suficiente perder un hijo. Quedaba claro que esta sociedad no conocía la compasión y sólo alababa la eficacia. Me preocupó un futuro así.
—Los Artesanos no tienen hijos, ¿cómo se atreven a juzgarnos? —inquirió Meerikke.
—No lo sé. No está bien. Actúan con bastante desconsideración, ¿verdad?
Ella asintió con un gesto. La cogí de la mano y nos quedamos tristes entre el parloteo despreocupado de los demás.
Al cabo de unos minutos, al volver a la sala Louhi con una pequeña caja de madera, cesaron las conversaciones. Todos sabían que estaba portando las cenizas de Taisto, nuestro hijo. Al llegar junto a nosotros, se la entregó a Meerikke. La Sanadora se encontraba contrariada por haber sido la mensajera de decisiones que no compartía, pero nada en su rostro la traicionó.
—Vuestra es la decisión sobre el destino de estos restos —fue lo único que dijo dirigiéndose a nosotros.
Entregadas las cenizas, las familias allí reunidas empezaron a desalojar el salón. Nosotros también lo hicimos.
Avanzamos hacia nuestra casa junto al lago. Una vez en ella nos sentamos alrededor de la mesa del comedor dejando la caja sobre ésta. Nos miramos y le hablé.
—Has pensado ya en algo, ¿verdad? —le dije a Meerikke.
—Sí.
Y ella se quedó callada.
—¿Qué has pensado?
—Algo sencillo, esparciremos sus cenizas en el lago si a ti te parece bien.
—¿Por qué allí?
—¿Te acuerdas de nuestro despertar? —Yo asentí con la cabeza—. Allí estuvimos en nuestro primer día. Fue lo primero que hicimos juntos y nos sentimos muy bien. Ahora quiero que este acto no sea el final de algo sino un nuevo comienzo. ¿Lo entiendes?
—Sí, claro que sí.
De nuevo llegó la quietud. Pude ver cómo Meerikke luchaba por no dar rienda suelta a su dolor. También ella notó mi desesperación. Nos buscamos con la mirada y nos cogimos de la mano. Finalmente ella rompió a llorar, con un llanto discreto, casi sereno. Yo sólo quería gritar, desahogarme como fuera, pero sólo acabé con lágrimas a punto de derramarse.
Cuando ella se serenó, se levantó y me invitó a seguirla. Salimos al exterior después de habernos puesto unos chubasqueros, ya que había empezado a llover. Meerikke llevaba la caja consigo.
—¿Qué quieres que hagamos exactamente? —pregunté.
—Vamos a coger el bote e irnos al centro del lago.
Por el sendero llegamos enseguida al embarcadero, donde estaba amarrada la pequeña embarcación que construí en los últimos meses. La sujeté para que ella entrase y se sentara en la proa. Ya segura, le di la caja que había depositado en el embarcadero. Luego entré yo mismo, en el puesto del remero. Propulsé la pequeña nave bajo la leve lluvia hasta el centro del lago. Una vez allí metí los remos en el bote.
—Lo haré yo —me dijo Meerikke—. Es lo último que puedo hacer por nuestro pequeño. Déjame a mí.
Abrió la caja de madera. Dentro de ésta y en una bolsa translúcida estaban las cenizas. Rasgó sin dificultad una de sus esquinas y, tras una inspiración honda, empezó a verter su contenido muy poco a poco en el agua. Se detuvo casi al instante. La brisa del lugar llevaba las cenizas hacia la embarcación. Por ello, se dio la vuelta y empezó de nuevo el vertido por la otra borda. Al terminar cogió la bolsa y la metió en el agua agitándola por un extremo. Ésta era biodegradable y tenía la peculiaridad de poder disolverse casi al instante al contacto con el agua.
—Ya está, vámonos a casa.
—¿Y qué hacemos con la caja?
—Nos la quedamos para guardar algún recuerdo de Taisto.
Sin mediar más palabras, dirigí el bote de vuelta al embarcadero.
Una vez allí Meerikke me habló.
—¿Sabes? Como la primera vez que estuvimos aquí, nos hemos venido sin una toalla y no he podido secarme la mano.
Dicho esto nos dirigimos al sendero y volvimos a casa.
IV
No sé cuándo surgió exactamente en la mente de Meerikke la idea. Quizá al esparcir las cenizas del niño o al regresar a casa sin él y con todas sus cosas aún dentro de ésta.
No éramos humanos, pero podíamos sentir una especie de duelo. Estábamos condicionados para ello y se suponía que lo superaríamos, pero también éramos maleables y aprendíamos con la experiencia. Ya no éramos los mismos del despertar.
Pasó un tiempo y con el otoño avanzado ella me lo dijo. Fue una sorpresa y me alegró ver que podíamos compartir ciertos anhelos. Pero lo cierto es que la suya sería una idea por lo menos controvertida. Quizá la tecnología podría ayudarnos. Nos parecía posible.
Meerikke anhelaba ser madre, pero no adoptiva. Quería gestar sus propios hijos y convertirse en una madre humana siendo una persona artificial. Además, y eso me incluía a mí, ella deseaba que yo fuera el padre biológico.
¡Qué difícil! Sólo éramos una pareja de androides que habíamos perdido nuestra razón de ser. Me preguntaba, nos preguntábamos, cómo podíamos ser tan irracionales siendo robótica nuestra propia naturaleza. Primero el amor y luego el dolor nos habían transformado.
No quedaba otra cosa que hacer que plantear la cuestión y teníamos la gran ventaja de poder hacerlo sin intermediarios. Nos dispusimos a hacerlo y una vez tumbados en nuestro lecho conectamos nuestros interfaces con el del Viajero.
***
Para el Viajero fue una sorpresa relativa el contenido de la petición de la pareja de androides. Había puesto en marcha muchas colonias y ésta no era la primera vez que se planteaba algo así. Realmente la mezcla de amor y dolor tenía consecuencias curiosas. Sí, sí hubo casos de Artesanos de Sampo o parejas de Recién Llegados que deseaban ser humanos, pero aquí el matiz lo daba el deseo de ser humanos hasta las últimas consecuencias, con todas sus posibilidades. El Viajero no podía ser egoísta, pero pensó en todos los beneficios que algo así podía reportarle en términos de experiencia. Cuando los contenidos de las mentes artificiales de la pareja se volcasen en la suya, aquello sería lo más aproximado a la experiencia de la vida de los seres humanos que él podría tener jamás. El Viajero tenía la necesidad de saber para comprender y así hacer mejor su ingente tarea. Así pues, un nuevo campo de conocimientos estaba a su alcance.
Tras la petición de la pareja siguió el volcado de sus datos. La respuesta no se demoró mucho en términos humanos, pero sí en los de la Inteligencia Artificial. No fue instantánea ya que se analizó, sopesó y decidió. Como se disponía de la tecnología necesaria, se haría. Todo podría estar perfectamente proyectado pero nadie podía controlar los efectos del azar. Quizá fuera bueno permitir que ocurrieran sucesos no planificados y que tuvieran consecuencias a más largo plazo de lo que podía imaginar la propia pareja. Se incrementaría el número de familias adoptivas para aumentar la variabilidad genética en lo posible. Jane y Meerikke iban a procrear de forma espontánea una generación antes de lo esperado. Dado que el plan original era que cada niño fuera genéticamente único, este nuevo hecho debía compensarse de algún modo debido al exceso de personas con una carga genética similar.
Antes de comunicar a Janne y Meerikke la respuesta, el Viajero pidió conectarse a Louhi para informarle de lo decidido, pues ella coordinaría el proceso.
Si el Viajero era capaz de excitarse con algo, esta perspectiva de acción que se salía de lo planeado debería hacerlo. Iba a ser testigo de algo nuevo. Si esto no se hizo antes pese a la factibilidad del proceso, fue porque las intenciones no habían sido tan humanas. Anteriormente hubo propuestas de experimentos similares pero sin ningún tipo de contenido emocional, y si algo quería conocer el Viajero desde el inicio de su larga andadura eran, precisamente, las emociones.
***
Desconectamos nuestros interfaces a la vez. Vi en su rostro una expresión de felicidad como no había tenido desde la muerte de Taisto. Sentí que Meerikke volvía a ser ella, la compañera que tanto me fascinaba. Me pregunté qué tipo de sensación tendría el día que la viese con los ojos de un hombre.
—¿En qué piensas? —me dijo.
—Creo que en lo mismo que tú.
—¿Tú crees?
—Sí —le respondí.
—Piensas en cómo será todo, ¿no?
—Más o menos. Pensaba en cómo te veré cuando suceda lo que esperamos.
—Yo también pienso en los años que vendrán deseando que sean felices para nosotros.
Nos quedamos contemplándonos como chiquillos que viven su primer amor.
Pero no había tiempo para la molicie, así que nos dirigimos al Centro de Salud ya que nuestras nuevas obligaciones laborales nos esperaban. Al haber sido apartados del Plan de Adopciones, deberíamos trabajar allí unos cuantos meses a tiempo completo sustituyendo a los técnicos que se ocuparían del desarrollo de nuestro plan humanizador. En realidad fue sólo una toma de contacto, ya que empezaríamos nuestra labor al día siguiente.
Tras conocer mejor las dependencias y deliberar sobre algunos aspectos volvimos a nuestro hogar dando un largo rodeo. Hacía fresco y la naturaleza era hermosa, ya que estábamos en plena Ruska Aika y había una explosión de color impresionante por todas partes. Las hojas de los árboles caducifolios como los abedules estallaban en tonos rojos, anaranjados y amarillos, mientras los abetos mantenían su verde perenne. Era uno de esos raros días del otoño sin nubes o lluvia que hacían resplandecer de esta magnífica manera al bosque y su reflejo en la superficie del agua del lago. Un bello escenario para nuestro primer día feliz después de mucho tiempo.
***
No es que tuviera instintos o conductas compulsivas pero su propia naturaleza le impelía a elaborar planes. Después de tanto tiempo, el Viajero ya sabía que la realidad era tan plástica que resultaba imposible prever todas las eventualidades.
Todo lo que comportaba el Proyecto Fénix estaba planificado desde el principio. Era muy importante, por ejemplo, la variabilidad genética. Cada niño de la primera generación sería único en un intento de asegurar esto, que biológicamente es una necesidad para la supervivencia. Incluso un pequeño porcentaje de las generaciones sucesivas estaría compuesto también por niños adoptados, pero por familias perfectamente humanas ampliando así el acervo genético recogido de la etnia escogida para cada colonización concreta. Claro está que no existen ni los pueblos ni las razas puras. En la Tierra hubo mezclas constantes y migraciones. Sobre un fondo genético común hubo aportaciones de otras etnias que lo enriquecieron. Este proceso se replicaría en Uusi Maa con estos niños no concebidos de forma espontánea.
Y estaba el problema de Janne y Meerikke. ¿Problema? Para el Viajero era más bien una oportunidad para salirse del plan tan cartesianamente marcado e introducir una variable de azar. Significaría también la posibilidad de estudiar sucesos que deberían ser lo normal, con unos quince o veinte años de adelanto. Sería necesario mantener el tabú del incesto y desaconsejar la promiscuidad. Los colonos tenían un doble papel en este mundo: ser trabajadores y proporcionar nuevos miembros a la comunidad. Sabiendo cómo han sido siempre los seres humanos a través de la historia, con sus comportamientos temperamentales y compulsivos, debían tener presente que siempre se examinaría la paternidad de todos los nacidos.
El Viajero incluso encontraba excitante la idea —al menos lo que él podía entender como excitación—, del mismo modo que gustaba de las novedades e imprevistos en un mundo tan tabulado. Iban a enfrentarse dos modelos. La concepción planificada hasta el último detalle frente a la pura pasión de una pareja enamorada e inflamada por el deseo, todo lleno de azar, incógnita y una posible felicidad.
Entonces, por primera vez, valoró la posibilidad de convertirse él mismo en cuasi humano. Era muy tentador pero, al mismo tiempo, su enorme capacidad de procesamiento y trabajo se vería muy limitada. Había algo más que la curiosidad intelectual sobre este aspecto. Había llegado a la conclusión de que su trabajo, que para él representaba la más íntima e importante razón de su ser, sería mucho mejor si conociera de primera mano qué era ser humano. Quería algo más que inferir, saber algo acerca de las emociones, conocer la diferencia entre reconocer las características organolépticas de los alimentos o decir que tales o cuales cosas estaban ricas.
En su vida todo era certidumbre, planificación y trabajo. No le importaba, era su naturaleza, pero quería ampliar el caudal de sus conocimientos de una forma cualitativa. Tomó la decisión: antes de hacer el último volcado de los datos de su mente para el soporte inorgánico del próximo viaje, él mismo habría pasado por la experiencia de lo cuasi humano. Le quedaba la duda de cómo le afectaría el recuerdo imborrable de ésta durante los cientos de miles o millones de años que duraría el viaje. Viajes en realidad, ya que mandaría varias decenas de copias para explorar el brazo de esta galaxia. A fin de cuentas había sido el primer Viajero en llegar a lo que los humanos en la Tierra llamaban Nebulosa de Andrómeda.
Antes de vivir esta vida cuasi humana primero volcaría los datos de la pareja en su propia mente. Eso pensó al principio, pero después albergó dudas. Si lo hiciera sería como vivir una vida por procuración. Los humanos eran seres celosos de su intimidad. ¿Sería ético hacer aquello con Janne y Meerikke? Pero, por otro lado, ¿no le proporcionaría ese volcado un conocimiento único? Ante su perplejidad, tras la decisión tomada de crear la pareja de cuasi humanos, se le acumulaban las inquietudes éticas y de orden moral. Preguntas con respuestas ciertamente complejas. Deseó poder tener un interlocutor y así dialogar con alguien como él, de igual a igual.
V
Queridos hijos.
De nuevo hubo un despertar. Una ventaja que tenemos nosotros, tal vez, es que somos capaces de recordar con total exactitud el momento en que llegamos al mundo. Un verdadero ser humano nunca recordará esta circunstancia, quizá por fortuna. Me informé al respecto y resulta que es muy difícil encontrar recuerdos verdaderos previos a los tres años de edad.
No era éste el caso para Meerikke o para mí. Ni como los androides que fuimos ni como los cuasi humanos que conseguimos ser. Llegamos a este mundo como seres conscientes, maduros y desarrollados; con conocimiento de las cosas y, paradójicamente, con la mirada virgen de vivencia alguna. Así fue la primera vez. La segunda no sería igual, ya que al menos habría experiencia. Se nos informó que se tardaría un tiempo en desarrollar nuestros nuevos cuerpos y que, una vez integrados en ellos, seríamos entrenados en su manejo, aunque en estado de inconsciencia. Gracias a esto, no seríamos adultos con movimientos torpes al despertar. Se nos dijo que el proceso tardaría un año al menos. Un precio a pagar por no ser niños o adolescentes.
Yo pedí que, si fuera posible, la nueva reanimación fuera al final de la primavera o en el comienzo del verano, para contrastar la experiencia de los dos despertares. Se nos concedió, ya que así se les daba algo más de tiempo para llevar a cabo todos aquellos preparativos minuciosos.
Como la primera vez, estábamos en nuestra casa y de la misma manera desperté yo primero. Fui consciente de mi estado de vigilia y permanecí con los ojos cerrados. Escuché la respiración de Meerikke. No la había escuchado nunca, ya que como androides no respirábamos aunque pudiésemos simularlo. Ella estaba a mi izquierda y podía notar su calor. Me concentré en estas sensaciones antes de abrir los ojos. Luego, vi cómo la luz del sol iluminaba la blanca corteza de los abedules y se reflejaba en la estancia. Las ramas de los árboles se mecían con la suave brisa. Me impresionó especialmente el olor del bosque húmedo después de lo que debía haber sido un breve chaparrón. La calidad y la intensidad de las sensaciones que recogía a través de mis sentidos me hicieron comprender lo roma que había sido mi vida anterior. Comparado con lo que sentía ahora, era como si antes lo hubiera visto todo a través de un vidrio esmerilado. Sí, era todo mucho más intenso de lo que recordaba.
Con cuidado me levanté del lecho y me dirigí al exterior. Estaba someramente vestido y sentí cómo la luz del sol incidía en la piel no protegida por la ropa. Calentaba y era agradable. Advertí mi propia respiración y la disfruté. Inhalé y espiré profundamente varias veces. Aquello era un deleite sensual absoluto.
Me acerqué al embarcadero donde estaba la barca que nos llevó al lugar en el que esparcimos las cenizas de Taisto. Allí me alcanzó Meerikke, que había seguido mis pasos. Me volví al oír el crujido de las tablas al pisarlas. Allí estaba ella, una mujer espléndida sonriéndome. Vuestra madre.
El instinto es fuente de conductas compulsivas. Nuestras mentes conocían de una manera teórica todo lo que de esta manera es posible conocer acerca de ellas. Pero eso no es más que mirar el mundo con orejeras y gafas oscuras. Como cuasi humano, pude sentir el efecto de lo biológico sobre lo afectivo y conocí los mecanismos del deseo. Más adelante, supimos qué hacer de forma instintiva, qué esperar el uno del otro y aprendimos de nuestra intimidad, que ya fue de por sí gozosa para ambos. Nos entregamos sin poner trabas a la concepción, nos abandonamos con pasión a nuestras pulsiones.
Pasaron unos pocos meses y cuando sucedió no me lo dijo enseguida. Meerikke lo guardó con celo para sí.
Como cualquier otro día, por la mañana muy temprano, yacíamos despiertos y abrazados después de hacer el amor. Entonces ella me habló.
—Ya ha sucedido —me dijo.
—¿Qué?
—Mis pechos se llenarán de leche para nuestro hijo.
Entonces lo comprendí todo y mi abrazo se hizo más estrecho mientras mi mano libre acarició el vientre de mi amada.
—¿Eres feliz? —le pregunté, mientras ella empezaba a llorar serena de gozo
—Me siento más humana que nunca, más que cuando despertamos en la segunda ocasión, más que cuando nos amamos por primera vez. Es lo que soñaba al plantear lo que pedimos al Viajero cuando perdimos a nuestro Taisto.
La estreché aún más besándola con sencillez en la parte alta de la espalda, cerca de donde ésta se confunde con la nuca.
De repente, ella se levantó corriendo del lecho y fue al cuarto de baño. La escuché haciendo esfuerzos por el vómito. Pasó un rato antes de que ella volviera a la alcoba para tumbarse de nuevo a mi lado.
—Ya lo ves, sucede como nos contaron. Noté cambios en mi cuerpo, se me endurecieron los pechos y ahora tengo náuseas matutinas.
—Entiendo. No me había dado cuenta y es que nunca te había visto vomitar.
Nos quedamos tumbados uno al lado del otro. Pasó algún tiempo y vi que debía levantarme y desayunar. Me puse en marcha y me vestí tras lavarme. Luego, mientras desayunaba, Meerikke también aprovechó para vestirse y arreglarse, pero no quiso comer.
—Tengo tantas náuseas que no me apetece tomar nada ahora —comentó. Te espero fuera.
Me puse una chaqueta ligera para salir. Había terminado el verano y aunque no hacía frío todavía, refrescaba. Vi que Meerikke estaba sentada en la mecedora del porche sumida en sus pensamientos.
—¿En qué piensas?
—En nuestro pequeñín. Podría estar sentada aquí dentro de un año dándole el pecho.
—¿Aquí?
—Sí, ¿por qué no? Mientras no haga frío. Es un lugar tan apacible y bonito…
Le tendí la mano y ella se levantó para cogerla y así bajamos los escalones hasta el camino del embarcadero.
Aquel día amaneció despejado así que el fulgor del Ruska Aika brillaba en todo su esplendor, que se reflejaba de forma perfecta en el lago, tal era su quietud.
Contemplando la belleza de este rincón de Uusi Maa abracé a Meerikke desde atrás rodeando su talle.
—Te quiero y… le quiero —le dije.
—Y yo, Janne. Y yo, a los dos.
Desde la casa nos dirigimos al trabajo en el Centro de Salud.
—¿Sabes? —me dijo—. Esto sólo lo conocía Louhi y ahora lo sabes tú, que eres el más importante para mí. Pero esto también es trascendente para la Colonia, de forma que le diré a Louhi que puede comentarlo. No vamos a esperar a que el tamaño de mi vientre hable por mí, ¿verdad?
Asentí con la cabeza mientras seguimos caminando cogidos de la mano.
VI
Queridos hijos.
Quien escribe esto soy yo, vuestra madre. Ya sé que Janne escribe también, con su propio estilo y a trompicones.
Es cierto que somos especiales y eso es inevitable. Sin embargo, la nuestra es una historia antigua, tanto como el propio ser humano, pese a que nosotros no lo seamos del todo.
No voy a escribir sobre nuestra primera vida, eso quizá lo esté haciendo él. No porque no fuese interesante o no hubiera afecto entre nosotros, sino porque era un simulacro de la vida de los seres humanos. Pero cuando me detengo a pensar y comparar, resulta que aquella vida, comparada con ésta, era como vivir en una escafandra.
Cuando despertamos a nuestra segunda vida fue para nosotros como salir de un verdadero sueño. Todo resultaba tan intenso que cualquier sensación anterior parecía una imitación, un simple boceto comparado con la obra terminada.
«Resulta que era así como percibían el mundo los seres humanos» —pensé.
Además, estaba él. Con sentimientos de androide, estábamos programados para generar respuestas emocionales —una especie de afecto— entre nosotros. Después de todo, íbamos a ser padres y compañeros. Con mi nueva naturaleza las emociones serían genuinamente humanas y no facsímiles.
Recuerdo bien cuando le vi con mi nueva mirada. Seguía siendo Janne, indiscutiblemente. Él fue quien pidió que nuestro nuevo despertar fuera al comienzo del verano y ahí estaba observando el bosque. Tan previsible, en cierta forma.
Me pregunto si estas cosas son siempre así. Si todas las historias de amor no son más que variaciones de una única. No éramos extraños pese a no ser realmente los mismos. Desde el comienzo de la nueva relación me di cuenta de que él me gustaba. Quería estar con él, apreciaba su compañía, sus gestos, su peculiar manera de hacer las cosas. Lo más turbador ocurrió con el despertar de mi deseo por él. Algo tan nuevo, tan diferente de todo lo que había conocido hasta entonces. Además, me di cuenta de que las fronteras entre los sentimientos no eran nítidas; que el afecto, la ternura, el deseo y mi amor hacia él formaban parte de un todo continuo. Me descubrí enamorada y anhelaba no sólo al Janne padre y compañero, sino también al amante y esposo.
Supe que él pasaba por el mismo proceso, con sus propios matices. ¿Cómo podíamos saber si lo nuestro era verdadero si nunca lo habíamos experimentado?
La intimidad se produjo. Seguramente fue tan torpe como la primera vez de cualquiera de las parejas que nos habían precedido. Descubrí que el deseo era una sed que podía saciarse sin disminuir el interés por el otro. Lo observé también en él, cuando estaba abrazado a mí con dulzura deleitándose con la cercanía íntima. De este modo, con una pasión ilusionante, gozamos el uno del otro hasta que concebí a finales del verano.
Medité mucho sobre ello, ya que una cosa era el anhelo de la maternidad tras la pérdida de mi querido Taisto —un deseo un tanto abstracto y algo inconsciente— y otra muy distinta la rotundidad de las primeras semanas de mi embarazo.
Miedo, ilusión, esperanza… todo ello mezclado con el torbellino de mis propios sentimientos hacia Janne. Cuando se lo dije sentí su felicidad. Quizá nunca se había sentido tan humano como en aquel preciso instante.
Queridos hijos, solo quiero deciros algo que ya sabéis, os concebimos y criamos con todo nuestro amor.
SEGUNDA PARTE
I
El despacho donde se encontraban los dos hombres era luminoso, con amplios ventanales sin cortinas y con vistas al bosque. El suelo de madera estaba recubierto en parte por alfombras. Aquél que había estado esperando sentado tras su mesa de trabajo, se dirigió al recién llegado levantándose y dándole la mano.
—Hola. Buenos días. Usted debe ser Lasse Lindqvist. Yo soy Matti Saxelin, Archivero Mayor de los Artesanos del Sampo. Supongo que será consciente de lo valiosos que son los documentos que usted ha pedido revisar. En ningún caso va a usar los originales, sino sólo copias.
El jefe de los archivos centrales de Uusi Maa se dirigió de esta forma al joven investigador con una expresión algo severa pero no exenta de cordialidad.
—Sí, claro —le contestó mostrando una acreditación.
El archivero la examinó y con un gesto invitó al doctorando a seguirle a la sala de lectura.
—Venga conmigo.
Pasaron a una habitación hexagonal iluminada con luz cenital tras atravesar una puerta de seguridad. Allí, dispuestos sobre una mesa de lectura, estaban unos cuantos legajos.
—Mire, puede tomar las notas que quiera y volver todos los días que necesite, pero su trabajo debe hacerlo a mano. Son documentos que no pueden ser digitalizados ni sometidos a tratamiento informático alguno.
Dicho esto, invitó a su acompañante a tomar asiento cerca de la mesa. Ya sentados, separó un primer paquete de textos.
—Éstas son las Cartas de los Padres, como así se conoce a estos escritos. Su autenticidad está contrastada. Durante algunas generaciones estuvieron en poder de aquella familia pero, en un momento dado, decidieron que sería más interesante para su conservación que se ocuparan de ellos los Artesanos del Sampo. Y éste —señalando con un gesto de la mano— es el discutido Diario del Viajero. Ya sabe que aunque sólo se han divulgado algunos fragmentos hay entre el público algunos que piensan que es un apócrifo escrito por alguien que conocía las Cartas de los Padres. Pero nosotros estamos en condiciones de afirmar su veracidad.
La mirada del joven no dejó de mostrar su perplejidad.
—Le aseguro que es así. Acompáñeme de nuevo y le enseñaré algo más.
El archivero se levantó para dirigirse hacia una puerta que se encontraba en una situación diametralmente opuesta a aquella por la que habían entrado en la sala. De nuevo era una puerta de seguridad y tenía su propia clave de acceso. Sobrepasado su umbral, se accedía a otra habitación hexagonal repleta de cajas de seguridad y con un anaquel en la pared del fondo.
Allí se encontraba un cerebro electrónico en estado de espera, como mostraba un pequeño indicador luminoso.
—Entonces… ¿éste es el cerebro del Viajero?
—Sí y no. Es el cerebro donde se volcó la mente del Viajero. Necesitaba un gel bioelectrónico como interfaz para poder funcionar sustituyendo al neocórtex de un ser humano. Y se logró.
—Entonces está claro que el Viajero sí vivió una vida cuasi humana, ¿no?
—Sí, sí lo es.
—¿No sería posible comunicarse con él directamente?
—Sería factible, pero esta persona pidió al morir que ni se le sacara del estado de espera ni se le destruyera tras el volcado de su memoria en el Viajero del cual era copia parcial. Él, como cuasi humano, fue quien escribió el Diario del Viajero.
—Esto es algo que no es conocido.
—Claro que no y por motivos de seguridad. Dada la situación actual de nuestra sociedad imagínese usted qué podría suceder si este hecho se hiciera público sin ningún tipo de control.
—Ya, ya comprendo.
—Volvamos a la sala de lectura.
Una vez de vuelta, conversaron durante unos instantes sobre el trabajo del doctorando, la investigación en la Universidad y temas afines a estos.
***
Lasse Lindqvist estuvo unos cuantos días ocupado en leer, tomar notas, organizar las ideas y reflexionar sobre los interrogantes. Surgieron dudas en su mente. Ese tono en ocasiones excesivamente sentimental e incluso elegíaco en las cartas de Janne, junto con las reiteraciones —hechos similares que sucedían en los mismos lugares y en las mismas épocas del año—, le hacían pensar en un constructo literario bastante repetitivo. La breve carta de Meerikke le parecía menos retórica y más sincera. Y luego estaba el Diario del Viajero. Desconcertante al estar escrito en tercera persona, pero claro, quien lo había redactado no era exactamente un ser humano.
Hablar de la verdad objetiva en un mundo como Uusi Maa donde todo estaba documentado desde el mismo momento de decidirse la colonización, mucho antes del desarrollo de la vida humana como tal, debería ser algo inequívoco.
Al final, resultaba que los acontecimientos que sucedieron en el pasado, totalmente reales, habían ido deformándose con el tiempo. Se pasó del hecho al mito, y del mito a la leyenda. Pero la transformación última había recorrido el camino hacia lo religioso. Probablemente este cambio era fruto del ansia de trascendencia, de mito, y también de rito, por parte de las personas.
El Proyecto Fénix, puramente agnóstico, había puesto empeño en que la creación —en este caso terraformación— de cada mundo no fuera interpretada de una forma religiosa. Pero parecía que ese esfuerzo no daba resultados, bastaba con dejar pasar un tiempo suficiente para que reapareciera la religión en la vida de los hombres.
Los colonos de Uusi Maa disponían de todo el conocimiento recabado sobre la cultura base de la sociedad que se reconstruía en concreto en cada mundo. Así, todos pudieron conocer los aspectos que hacían referencia a la historia, al arte y a la cultura, incluida la religión. También existía la posibilidad de acceder a una información realmente extensa sobre las demás culturas de la Tierra original, Vanha Maa.
Al ser conscientes los colonos de cómo y con qué propósito habían sido creados empezaron a sonar voces que criticaban la moralidad de aquello. Más aún al hacerse público que el genoma humano había sido manipulado para ajustar esta nueva humanidad revivida a su nuevo mundo. Aquella era una acción complementaria a la de la terraformación, ya que era necesario modificar la afinidad de la hemoglobina por el oxígeno, reconfigurar el «reloj biológico» del cerebro para adecuarlo a jornadas no exactamente iguales a las del mundo de origen, y así una buena sucesión de «retoques». Frente a las críticas se contestó que lo único que se había hecho era acelerar un proceso que de forma natural también se habría producido, pero a través de varias generaciones y en lapso de tiempo muy largo.
La indignación se agravó al conocer que los primeros niños nacidos en Uusi Maa eran en realidad clones manipulados de personas que habían existido previamente. Algunos interpretaron en su día que se reconstruyeron seres humanos a partir de genes ideales. La verdad es que fue más bien al revés, ya que se usó la información genética de un buen número de personas, la cual fue retocada no sólo en el aspecto de la adecuación al nuevo mundo sino también la detección y manejo de enfermedades genéticas.
Esta pérdida de una cierta inocencia provocó una fractura en la incipiente sociedad de Uusi Maa entre seguidores de una línea de cierta resignación y los críticos con todo lo acaecido. Estos últimos se organizaron para vivir de forma autónoma evitando así el control paternalista de los androides conocidos como Artesanos del Sampo y fundaron la nueva ciudad de Vapaus. No obstante, los androides colaboraron con ellos en los aspectos técnicos de la fundación de la nueva ciudad. Los Artesanos del Sampo aducían que esta rebelión era poco razonable, dado que su tutela sólo se extendería unas décadas más, hasta que la segunda generación de colonos llegase al poder. Los androides serían reemplazados por otros Artesanos, en este caso seres humanos con formación científica y técnica. Entonces, todos aquellos androides volverían a ser Uno con el Viajero.
Pocas generaciones después aparecieron problemas de índole espiritual. Un grupo resucitó la Iglesia Luterana, mientras que otro negaba la posibilidad de que ellos mismos fueran verdaderos seres humanos. Decían que no estaba asegurada la presencia de un alma en los primeros pobladores del planeta al haber sido estos clonados y no concebidos. Sobre este aspecto, un tercer grupo, de tendencia budista, opinaba que quizá podría albergarse alguna duda sobre los primeros nacidos, pero sobre todas las demás personas, que habían sido concebidas conforme a la ley natural, no cabían dudas: eran verdaderos hombres y mujeres.
Sobre todo este caldo de cultivo, el lugar de la colonización original se convirtió con el paso del tiempo en un centro de peregrinación. Las vidas de Janne y Meerikke se mitificaron de tal manera que se visitaba con veneración el hogar de los «Primeros Padres» en la ciudad de Ensimäinen. La pequeña casa junto al lago se conservaba como parte de un museo al aire libre que recordaba para la posteridad los primeros tiempos de la Colonia. Este culto de los «Primeros Padres» incluía también el del «Viajero Encarnado» que lo fue en un cuasi ser humano. Existían paralelismos con ideas judeocristianas como las relativas a Adán y Eva, y al de aquel versículo «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Por tanto, estaba apareciendo un nuevo culto sincrético que deificaba al Viajero, creador del Mundo, generador de Vida y depositario de todo el Conocimiento. Estas ideas contradecían de forma flagrante las premisas fundacionales del Proyecto Fénix.
***
El joven doctorando siguió estudiando la documentación mientras iba tomando notas de los textos y de sus propias reflexiones. Le quedó claro que sería deseable que la gente supiera la verdad. De ahí su decisión de hacer públicas las Cartas de los Padres y el Diario del Viajero, para enfocar en lo histórico y alejar del mito el papel que todos ellos tuvieron en el origen de Uusi Maa. Iba a sugerir la publicación de aquellos textos para el conocimiento del público y pensaba que debía hacerse de dos formas. Una de ellas sería la transcripción completa de las Cartas de los Padres y del Diario del Viajero. Esta versión sería la ideal para los estudiosos de la Historia. La otra sería una edición reducida para un público no erudito extractando lo más interesante e interpolando textos de distinta procedencia para facilitar una lectura amena. Él mismo se propuso para hacerlo.
Así que fueron muchos los días que Lasse Lindqvist pasó en la sala de lectura hexagonal y muchas las conversaciones que mantuvo con el Archivero Mayor. Entre ellos se fraguó una suerte de amistad pese a la diferencia de edad —podrían ser padre e hijo—, ya que descubrieron que tenían intereses comunes. La severidad inicial de Saxelin se relajó y un buen día invitó a Lasse y a sus padres a pasar un fin de semana en su casa donde vivía con su esposa y la más joven de sus hijas. Sin saberlo, debido a este acto social, unos futuros consuegros se conocieron antes de que sus hijos hubieran iniciado siquiera su relación.
Pasados unos meses Matti y Lasse mantuvieron una conversación cuando el joven estaba a punto de culminar su trabajo. Ésta generó más interrogantes que respuestas en la mente del doctorando.
El Archivero estaba ocupado en su despacho cuando pasó Lasse por allí.
—Creo que ya se ha terminado el grueso del trabajo —le dijo el joven.
Saxelin le miró por encima de sus gafas esbozando una sonrisa irónica.
—Así que crees que has terminado… Si no has hecho más que empezar, te lo aseguro.
—¿Hay algo que no sepa?
—Sin duda Lasse, sin duda. Quédate un momento si tienes cinco minutos.
Sin perder tiempo se sentó al otro lado de la mesa de despacho, frente a Matti, quien se había echado hacia adelante apoyando los codos en la mesa y sujetando su barbilla con la mano derecha. No dijo nada.
—¿Sí? —preguntó Lasse.
—Sí, sí… no seas impaciente. Sin duda recuerdas lo que te enseñé en la sala de seguridad el primer día que estuviste aquí.
—Por supuesto.
—Bien, un volcado de la mente del Viajero vivió como un ser cuasi humano en esta comunidad y ¿sabes a qué se dedicó?
—No, pero… si quería pasar desapercibido y vivir como un ser humano corriente había pocas opciones. Quizá la más lógica habría sido convertirse en un Artesano del Sampo.
—Muy bien Lasse, muy bien. Así fue y él tuvo una vida normal de puertas para fuera de su mente robótica. Lo hizo en la época en que nosotros, los Artesanos, ya éramos humanos y no androides. Tuvo una familia y aún viven sus descendientes, lo sé de sobra.
—¿Soy uno de ellos? ¿Me lo dices por eso?
—No. Tú no, pero yo sí.
Después de un breve silencio, tras la sorpresa del joven, el Archivero esbozó una sonrisa y siguió hablando.
—En mi familia siempre hemos tenido a uno de nosotros —incluyéndole a él, el Viajero encarnado— en el cargo de Archivero Mayor. Siempre hemos sido Artesanos del Sampo, en cualquier caso. Nos preocupamos por estas cosas, nuestras cosas. Pero hay más, claro. Sólo viste una pequeña parte de lo guardado en esa sala.
—¿Y por qué me dices esto? ¿Acaso me estás ofreciendo algo que me vas a dejar estudiar?
—Sí, en el futuro tendrás un acceso ilimitado a lo que está guardado aquí. Hay más cosas que puedes y quizá debas conocer de Janne, Meerikke y el Viajero. Este último quizá fue más allá de lo que consideraríamos ético, pero, a fin de cuentas, él no era un ser humano y no podemos juzgarle como si lo fuera. En esa sala hay muchos archivos que para ti serán tesoros preciosos. Cuando los conozcas comprenderás nuestro tesón por guardarlos. Quizá seas tú la persona indicada para darlos a conocer en el futuro.
Lasse se quedó callado y muy sorprendido. Fue Saxelin quien siguió hablando.
—Tengo la intención de que mi hija Kyllikki sea el siguiente Archivero Mayor. Antes de que me retire moveré los hilos para que sea así.
El joven se sobresaltó y se mostró una tanto azorado al oír mencionar el nombre de la muchacha, con quien había iniciado una relación romántica.
—Lasse, no te preocupes. Es probable que hasta yo tenga algo de «culpa» en lo vuestro, por haberte invitado a ti y a tu familia. Yo también he sido joven y creo que te entiendo. Y tú me comprenderás cuando tengas mi edad. Pero tranquilo, ¿vas a verla ahora?
—Sí —contestó Lasse algo inquieto—, iba a su encuentro.
—Está bien.
Y diciendo esto Matti se levantó y estrechó la mano del joven mientras que con la otra le palmeó el hombro. Le despidió y le dejó marchar.
Cuando Lasse salió, el Archivero Saxelin se dirigió a la ventana para apreciar la belleza del bosque. Dos pájaros se cortejaban y al verlos sonrió.
II
Janne y Meerikke vivieron una vida plena y sus cuerpos envejecieron. El declive físico de él empezó antes que el de su compañera. Dada su naturaleza, eran plenamente conscientes del proceso por el que debían pasar. Los seres humanos con los que convivían conocían su propia mortalidad, mientras que los androides tenían una duración indefinida. Ambos no formaban parte en realidad de ninguno de los dos grupos.
Cuando se supo lo inevitable, hubo que meditar posibles salidas. No había respuestas sencillas. Todos los archivos de memoria serían volcados en el del Viajero. Éste tenía mucha curiosidad por el caso, dado lo insólito que había sido. Todos los recuerdos acumulados de los cuasi humanos se diluirían en la poderosa mente del Viajero para ser analizados con detenimiento. Pero la personalidad no se asienta sólo en la memoria.
Se les propusieron dos opciones: reimplantar el cerebro electrónico en un androide o clonar el cuerpo del Janne anciano. La pareja lo pensó, hablaron sobre ello y sus conclusiones fueron claras. No querían volver a ser androides después de pasar por la experiencia de ser cuasi humanos. Tras conocer cómo eran las vivencias y sentimientos de un hombre, vivir la vida tal y como lo hacían los androides era como verlo todo a través de una malla; todo era más pobre y sin definición. No, no era aceptable esa regresión ya que sería como sobrevivir después de múltiples mutilaciones. Por otro lado, era deseable, tal vez, volver a ser jóvenes. Pero encontraron que sería muy triste ver morir a sus hijos, ya que ellos también llegarían a ser ancianos. No, tampoco estaba bien. Si ambos habían decidido vivir como seres humanos, debían morir como ellos. Su parte no humana les ayudaba a pasar por este trance con un cierto estoicismo.
La pareja, siendo ya abuelos y con sus nietos crecidos, había vuelto a la pequeña casa del lago donde habían despertado por dos veces. Allí, en su cama, estaba Janne el día que murió. Amaneció muy pronto y él se encontró mirando los arboles a través de la ventana, mientras se filtraban los rumores del bosque y el aroma húmedo de la tierra mojada. En sí mismo, todo aquello era placentero dentro de su simplicidad. Pasaron las horas, marcadas por el sonido del péndulo del reloj de pared. Janne se encontraba muy débil, apenas se había movido y casi no había comido. Sentía un gran cansancio y parecía que iba a dormirse.
—Ven —le dijo a Meerikke con voz frágil.
Ella se acercó y se sentó a su lado.
—Dame un beso.
Se agachó cogiéndole la mano para darle un beso en la sien. Janne pareció relajarse y se durmió. Tras un breve período de tiempo y después de dar un último suspiro el cuerpo del anciano perdió el tono al fallecer. Entonces fue cuando ella rompió a llorar. Llamó a su hijo mayor, Toivo, y éste dio aviso del deceso al Centro de Salud.
Más tarde y antes de incinerar los restos se extrajo el cerebro electrónico. Éste permanecía en estado de espera, inconsciente pero sin merma de sus capacidades, con el fin de proceder al volcado de datos para el Viajero. Además, y aunque no se hizo público, estos se volcaron también en el cerebro de su compañera a través del interfaz adecuado.
El Viajero, con su conocido talante investigador, se lo había sugerido a Meerikke, la cual no puso objeciones. Ella fue consciente en el último minuto de que tenía la posibilidad única de conocer algo que han anhelado alguna vez todos los amantes, que es poder saber qué es lo que siente el otro. Lo deseaba aunque le daba miedo, incluso pudor.
—«No somos seres humanos del todo, podemos hacer cosas que ellos no pueden… ¿por qué no?» —fue la reflexión de ella.
Se llevó a cabo y, una vez concluido el trabajo, Meerikke tanteó esos recuerdos con cuidado. Buscó momentos especiales y retrocedió incluso a su época de androides. Evocó su primer día, también la adopción de Taisto y su muerte, todo a través de los ojos de él… La decisión del cambio, la primera vez que él la vio como una mujer humana, la primera vez que él la deseó. Experimentó todo esto en la soledad de su casa o paseando entre ésta y el embarcadero.
—«Llevaré siempre algo de él hasta que muera» —pensó.
El Viajero, en uno de sus niveles de consciencia, reviso toda la información de Janne. Una experiencia realmente única, dado que era lo más parecido a una persona que él había podido analizar a fondo. Tenía esa ansia por comprender y conocer a los seres humanos como fruto de su admiración por los fundadores del Proyecto. Quería saber qué era el dolor o el amor… más allá del saber libresco al que tenía acceso. Así, segundo a segundo, vivió de nuevo los sentimientos y vivencias de Janne. Pudo conocer qué se siente al ser viejo y al estar enfermo. Era todo tan nuevo y tan sumamente atractivo que deseó poder completar la experiencia con el futuro volcado de la mente de Meerikke.
De manera que forjó sus propios planes. Ya había clonado los cuerpos de Janne y Meerikke en el pasado y podía volver a hacerlo. Esperaría a que ella muriese para repetirlo. Pese a que ellos se habían negado volverían a vivir. Una pequeña traición por parte del Viajero. Sin embargo, por deferencia hacia ellos, éste dejaría pasar varias generaciones antes de llevar esto a cabo. Esperaría a que hubiera muerto la última persona que ellos hubieran conocido. Los interfaces habían mejorado y el tamaño del cerebro electrónico se había logrado reducir mucho. En esta nueva ocasión ambos vivirían de nuevo desde la infancia y no nacerían como adultos. Mientras tanto, el Viajero se encarnaría en un cuasi humano. Quería vivir por sí mismo la vida de los hombres.
Escrito en Madrid entre el veintisiete de abril de 2006 y el cinco de julio de 2010. Esta última fecha es la del quincuagésimo aniversario de la boda de mis padres, a cuya memoria está dedicado este relato.
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