Esta podría ser una historia triste, pero no lo es.
Tal vez algunos de ustedes puedan ponerse tristes al escucharla. No lo hagan.
A orillas de un arroyo se conocieron cierta vez un hombre-pez y una mujer-invierno, cuando uno era apenas un alevín pulmonado y la otra una incipiente primavera.
Por esas cosas que no nos está permitido conocer, se percibieron como parte de un todo. No del mismo todo que hace que los hombres-pez sean un todo con las mujeres-pez, o las mujeres-invierno con los hombres-invierno, porque si así fuera, esta sería una historia muy diferente.
Y, naturalmente, se amaron.
Y como todas las cosas naturales terminan, el amor también terminó.
Pero esa totalidad que integraban estaba todavía ahí. Sintiéndose muy felices por eso, trataron de conservarla.
Estuvieron bien hasta que el alevín comenzó a convertirse en pez y la mujer pasaba al otoño. A él, los pequeños pulmones se le fueron atrofiando. Cada vez le costaba más pasar el tiempo junto a ella.
Un día, casi sin darse cuenta, ella fue invierno y congeló el río del hombre-pez. Y por la increíble necesidad de ser parte de esa totalidad de dos, el hombre-pez quedó del lado equivocado, junto a ella.
Pasaba su vida mientras los vestigios de sus pulmones se consumían en un aire que ahora le resultaba extraño, mirando la fuerte corriente que fluía debajo de la capa de hielo transparente. Para su gran pesar empezaba a disfrutar los momentos en que ella estaba lejos, porque se descongelaban charcos en la superficie del hielo, en los que podía revolcarse mientras miraba hacia el caudal del río que, poderoso, lo llamaba con la voz de lo que uno realmente es.
Siempre pudo optar por romper el hielo y escapar hacia su lugar; pero el pasado y eso que era más grande que ellos mismos, lo retenían con tanta fuerza como el miedo y la certeza del dolor de ambos. Porque una vez en la corriente, él sabía que ya no volvería, y ella ya nunca podría sentir el agua corriendo entre sus dedos.
No era una decisión fácil. El hombre-pez, sostenido sólo por la poca agua que podía hacer pasar por sus debilitadas branquias desde los charcos, juntó el poco valor que le quedaba, escuchó por última vez las canciones de los pájaros de invierno, e hizo el agujero…
No sabemos si él lloró, porque en el río las lágrimas forman parte del todo. Y de ella, de ella no sabemos nada, porque nunca la volvimos a ver.
© Copyright de Ariel Ledesma Becerra para NGC 3660, Marzo 2020