Alíus

Por Elaine Vilar Madruga

                                                                                   

Mi hija nació loba:

se me hizo entre las manos un temblor de colmillos

mientras yo apostaba por el grito

y llamar a mis padres entre voces

aún cuando intenté callarme.

Esa criatura no podía ser mía:

ni carne de mi carne,

ni hueso de mis huesos,

ni esencia de mi vientre.

La nombré monstruo con sólo dos palabras

a quien debió ser mi primogénita,

y era el dolor de la placenta malograda

y la leche hecha sangre en mis senos

y el deseo —aún azul— de estrecharle entre mis manos cómplices.

Mi hija nació loba,

y a mi grito acudieron mis padres

con la mirada irrevocable del que sabe.

Me dijeron dale el pecho

y yo me negué silenciosa,

afirmé esta no es mi hija,

pero los ojos de ellos desmentían mis sentidos,

y eran mis senos dos baúles de estambre que latían.

Me dijeron dale el pecho, sólo así el dolor se te hará agua y leche,

y yo volví a gritar pues mi niña soñada era una loba.

Entonces mis padres me la quitaron de los brazos

como quien taladra un símbolo,

dijeron es así como sabíamos,

no sé por qué amamantaste un sueño,

y entonces lo inmutable vino a dominar mi miedo

cuando ya era demasiado tarde.

No pude evitar lo insólito del grito.

Mi hija nació loba,

un temblor de vello entre mis brazos

y no supe aceptar que era así como debió ser desde siempre,

como todos esperaban menos yo,

como todos eran:

la manada de mis padres no me escucha,

no le interesa el grito de mi suerte,

no le interesa lo insólito, para ellos ya costumbre,

y me dicen:

nació loba,

y ya no importa si es mi hija,

si los senos me laten como arpones,

si quiero o no darle vida a la bestia.

La manada no quiero otra cosa que tomarla

con esas palabras que conozco:

nació loba y a ellos pertenece,

y con ellos marcha hacia el verde inagotable de la vida

donde yo no estaré

—pues no es sitio para hombres—

y mi defecto sólo uno en la camada,

un llanto absurdo entre miles de aullidos.

Mi hija nació loba,

y aún así fue terrible

no haber alcanzado a besarla

antes de que la manada retornara

hacia el silencio impreciso de las bestias.

© Copyright de Elaine Vilar Madruga para NGC 3660, Enero 2018

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